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Andanzas por Nueva York

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Ese día hacía un frío del carajo, ese con viento y lluvia tenue. Llovizna que parece no mojar, pero bien que empapa. Salí de mi casa ubicada en Jersey City, sólo dividida de Nueva York por el mítico «Río Hudson». Tomé el «Path», ese tren que cruza el río subterráneamente para llegar a Manhattan.

 

Iba a representar el papel de «Clotaldo», en «La Vida es Sueño», de Calderón De La Barca. La sede era: El teatro de la «Compañía Repertorio Español».

Serían las nueve y media de la mañana. La función era a las doce del día de aquel domingo decembrino. Llegué a la estación 23, lugar de mi destino. Al subir por las escalinatas subterráneas para llegar a la superficie, sentí que el frío había aumentado.

Al emerger oí los cláxones de la ciudad. Música navideña en sax se escuchaba en la calle. New York estaba viva. La gran manzana palpaba congelación. Del cielo empezaron a caer plumas níveas que mojaban. Comenzaba a nevar. Abrí mi paraguas.

Era lo único que me faltaba por vivir yendo de camino a un teatro para dar función. Sentí el romanticismo del momento; la fría y gris atmósfera. Llegué al teatro, estaba calientito por fortuna. Saludé contento a los tempraneros compañeros. Tomé mi café en el camerino.

En un rato escucharía: «Ay Mísero de mí, apurar cielos pretendo». «La Vida es Sueño», había comenzado. Yo al terminar este relato no sé si lo soñé o si aún estoy dormido. Lo que sí sé es que es un sueño del cual no he querido despertar, pues toda la vida es sueño y los sueños, sueños son.

Hoy, como un día dijo el poeta Pablo Neruda, me digo con humildad que me alienta: «Confieso que he vivido».

Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.

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