CDMX.- Dentro del marco de la celebración de este 50 aniversario de Avándaro considero muy importante mencionar a Armando Molina. Se inició como músico de rock desde su adolescencia lo que lo llevó a culminar su trayectoria como cantante y líder la legendaria banda La Máquina del Sonido con quienes dejó inscrito su nombre en las páginas de la historia del Rock Mexicano, gracias al LP que grabaron en 1970.
Para 1971 abordó la actividad de manager y representante de varios de los grupos más importantes de esa etapa conocida como La Onda Chicana, entre ellos El Ritual, Epílogo, Peace & Love, Bandido y Three Souls in my Mind. Bajo su férula estos grupos lograron su plenitud y se convertirían en leyendas por derecho propio.
Por si fuera poco le tocó coordinar la parte musical del Festival de Avándaro donde se hizo cargo de contactar a todos los grupos participantes, programarlos y organizarlos en el escenario.
Por él tuvimos ahí a todas esas bandas con los resultados conocidos.
Tuvimos una relación laboral y musical muy cercana en esa época y al paso de los años, aún cuando ya no nos veíamos con la misma frecuencia conservamos la amistad.
Quiero compartir la siguiente anécdota:
Después del Festival de Avándaro, en noviembre del mismo año organizó una gira con El Ritual, el grupo con el que yo trabajaba y nos fuimos todos hechos bolas entre amplificadores y tambores en un camión de carga propiedad de Musical Mexicana el cual conocíamos como La Morsa y que además era conducido por Alfonso Teja (esa es otra historia). Allí íbamos músicos, secres, groupies y el flamante manager Armando Molina. La gira abarcaba Tampico, Ciudad Madero, Nuevo Laredo y Torreón. Cuando llegamos a Tampico nos hospedamos en un hotelito muy bonito y nos fuimos a meter al mar. Yo no conocía el mar y mucho menos sabía nadar pero me ganó el entusiasmo y me metí hasta donde ya no sentí que tocaba el piso y cuando reaccioné, el oleaje me empezó a jalar, mientras los demás se regresaban a la playa. Me quedé solo y me apaniqué sobre todo porque nadie se dio cuenta que yo me estaba hundiendo. El mar me tragó y entendí que me había llegado la hora, empecé luchar por no ahogarme pero era inútil, yo, un adolescente chilango que no tenía la menor idea de qué hacer me resigné y me dejé llevar al fondo cuando un segundo antes de ahogarme sentí que alguien me tomaba por el cabello y me arrastró afuera del agua.
Ese alguien era Armando que se percató de lo que estaba pasando y se regresó a sacarme.
Gracias a él puedo compartir esta historia y al paso de los años cada vez que recuerdo ese episodio entiendo más cabalmente la dimensión de su acto y por ello mi gratitud hacia él es inagotable.
Hablamos telefónicamente una semana antes de su fallecimiento, lo escuché cansado y resignado pero lo que más me pegó en esa conversación fue que se despidió de mi, estaba consciente de que no la iba a librar y por supuesto me consternó y en reacción lógica le dije que confiara en Dios y con suerte volveríamos a vernos pronto, en el evento que le estaban organizando en el Sindicato de Músicos.
Y por supuesto le di las gracias una vez más por haberme sacado del mar en Tampico. Y nos despedimos. Armando era un personaje, ave de tempestades. Por su temperamento era admirado y aborrecido por igual lo cual lo tenía sin cuidado.
Tengo muchas anécdotas más de las andanzas que compartimos a través de la vida pero en esta ocasión, una vez más, rindo homenaje al artífice del Festival de Avándaro, al manager del Ritual, al cantante de la Máquina del Sonido, al comunicador y periodista director de la revista Pop y al músico incansable y claridoso que siempre fue él. ¡Hasta pronto Armando!
Texto: Víctor Moreno, músico mexicano.
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