Montevideo, Uruguay.- Caminar por los callejones estrechos y retorcidos de los barrios antiguos en las medinas de Marruecos, es un desafío a la percepción. Hay que lidiar con una explosión de colores, aromas y sabores en medio de una cultura muy diferente a la nuestra.
Compilé algunas imágenes que tenía guardadas desde mi viaje de 2018, e intenté adosarles un poco de anécdotas e información sobre la cocina marroquí.
Todo es impactante: las cigüeñas que anidan en las chimeneas o en los altos muros que delimitan las viejas medinas; las mezquitas con sus torres llamadas alminar o minarete, desde donde el muecín o almuédano convoca a los fieles musulmanes para que acudan a la oración (cinco veces al día se escuchan los cantos que emiten los parlantes y que se esparcen por el aire de la ciudad); el tropel de gente en movimiento, vestida con sus típicas túnicas largas con capucha: las chilabas… pero cuando se trata de comer, todos los pasos conducen a los mercados y los bares o restaurantes que hay alrededor.
“Vosotros tenéis relojes, pero nosotros tenemos el tiempo” dicen a modo de refrán los marroquíes. Y a la hora de comer, conviene entenderlo bien.
En las plazas y zocos hay numerosos puestos ambulantes. Sus mesas rebosan de alimentos y preparaciones originales. Turistas, familias y grupos de amigos se reúnen a deleitarse con diferentes platos. El bullicio es atronador, especialmente en la noche. El humo de sus parrillas lo envuelve todo y se ve iluminado por las múltiples luces de las tiendas. Específicamente, recuerdo la famosa plaza Jemma el Fna de Marrakech, una de las plazas de comida más grandes del mundo. Fue proclamada por la Unesco -en 2001- para integrar la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Durante el día, se dan cita desde domadores de monos -que se te subirán encima- hasta encantadores de serpientes, con quienes bailan e interactúan al son de la flauta y la percusión. También hay lugareños que deambulan con palomas y halcones sobre sus sombreros, contadores de cuentos, danzantes de diferentes etnias (como los Gnawa), dentistas exponiendo sus últimas piezas extraídas, zapateros dispuestos a emparchar una suela rápidamente y por supuesto, vendedores de frutos secos, dátiles, frutillas enormes y jugos de fruta (una naranja única y dulcísima)… un infinito número de actividades y personas que se juntan y van abarrotando la plaza y sus callejuelas adyacentes mientras se acerca la noche. Entonces empiezan a desmontar sus tiendas y dan paso a los vendedores de té de menta, caracoles frescos preparados in situ, y se llena de puestos de comida donde poder cenar, músicos improvisados y espectáculos de diferente índole.
Como dijo Jamie Oliver: “Me chifló este mercado Jemma el Fna…la comida es deliciosa a más no poder, además de muy barata, y la atmósfera es increíble” (libro “Las escapadas de Jamie”, 2010).
Entre las comidas típicas están las sopas Harira y Bissara, los tajines de cordero con pasas de ciruelas o pollo con aceitunas y limón (preparado en conserva con agua y sal), los humeantes cuscús con verduras, los pinchos y keftas, las aceitunas aliñadas…y los dulces como los “cuernos de gacela” (dulces de pasta de almendra), el baklawa, los beghrirs y etc.
Espero que se disfrute el paseo virtual, Alejandro Aguerre, músico uruguayo.
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