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El Paricutín: una crónica del volcán alguna vez llamado “el más joven de América”

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* “Y el Dr. Atl sigue la vida del Paricutín con verdadera pasión de padre. Le llama, en efecto, “mi hijo”. Y para llevar bien la cría mientras el pequeño monstruo crece y siembra el terror, hace de la noche el día en la fértil región purépecha donde le brotó bajo el arado a un ejidatario, Dionisio Pulido. (Roberto Blanco Moheno).

La tarde del sábado 20 de febrero de 1943, en las tierras de un campesino de origen purépecha llamado Dionisio Pulido Cervantes, ocurrió algo inesperado que ni el mismo no pudo entender.
Era el nacimiento de un volcán.
Lois Mattox Miller (1) nos explica cómo aconteció aquel suceso:
“A Dionisio Pulido, humilde y hacendoso peón, que posee y trabaja un pequeño sitio de labor en Michoacán, a unos 290 kilómetros de la capital de México, le tenía reservado el destino la gloria poco envidiable de ser el primer mortal que ha visto reventar un volcán casi bajo sus propios pies.
“Tocaba su fin la plácida tarde del 20 de febrero de 1943. Dionisio abría los últimos surcos del día con su arado de primitiva traza. Hizo alto para enjuagarse el sudor y descansar unos instantes. De pronto, a cincuenta o sesenta metros, vio brotar del suelo una columna de humo blanco. La vio levantarse, encaracolarse, ondular en el aire”.
“Muchos testimonios coinciden en que don Dionisio no sabía qué hacer, echó a correr a través de los campos para avisar a su mujer -continúa el cronista- luego ocurrió un formidable temblor de tierra. Los sismógrafos de Nueva York, a 3,600 kilómetros de allí, registraron la terrible sacudida. A duras penas consiguió Dionisio salir de entre las ruinas de su choza. Tendió la mirada allá al frente y se creyó víctima de una pesadilla. El maizal vomitaba fuego. Entre las llamas subían, como lanzadas por un titán enfurecido, piedras enormes, montones de arena.
“Cuando los Pulido (Dionisio, su esposa Paula Galván y su hijo), aterrorizados y tambaleándose sobre la tierra estremecida, llegaron a Paricutín, reinaba el pánico en la aldea. Gentes casi enloquecidas de miedo huían en busca de salvación. Carretadas cargadas de mantas, ropa y mil objetos más, ocupaban el camino. El párroco llamaba a grandes voces a cuatro hombres para que sacasen en andas la imagen del Cristo de los Milagros”, detalla.
Había dado luz en la tierra purembe un volcán. Era -en palabras del escritor mexicano José Agustín-, “el suceso del año”.
Al día siguiente, un boletín que apareció en diversos periódicos capitalinos, informaba que “a las 18:48 horas y minutos de ayer, los aparatos de la estación sismológica de Tacubaya registraron un leve temblor de tierra que sacudió al Distrito Federal. El mismo fue considerado como de 3er. grado de la Escala de Mercalli, y un epicentro fue localizado a 402 kilómetros al suroeste de Tacubaya, en Michoacán”.
El lunes 22, periódicos de México trajeron esta noticia: “Siendo las 23 hrs. se sintió fuerte temblor oscilatorio en el Distrito Federal, que provocó el derrumbe de una casa de jardineros, No. 43”.
En tanto las noticias procedentes del estado de Michoacán decían que “autoridades civiles y militares han desplegado enorme actividad para evacuar a los habitantes de San Juan Parangaricutiro por la erupción del volcán que desde el sábado empezó a entrar en actividad. El Ayuntamiento de Uruapan obligó a todos los camioneros a prestar sus vehículos para la evacuación de los habitantes de la zona, la que se está efectuando con la ayuda de las tropas y la policía. Es conmovedora la situación de las personas afectadas por el fenómeno, cuyos rostros muestran el pánico que han vivido”.
Ante tal fenómeno natural, el propio ayuntamiento de Parangaricutiro, a través de su presidente municipal Felipe Cuara Amezcua, regidores, el síndico, el jefe de tenencia de Paricutín y Dionisio Pulido, el día 21 elaboraron “El Acta de Nacimiento del Volcán”.
Parte del documento oficial dice lo siguiente:
“El día de ayer como a las 18 horas se presentaron los CC Agustín Sánchez (jefe de tenencia) y Dionisio Pulido informando, completamente excitados, de la aparición de una fogata que ellos no sabían que era, y que había resultado como a las 17 horas de ayer en la Joya denominada “Cuitzyutziro”, al oriente del poblado del Paricutín por lo que, desde luego, pedían que se trasladara -la autoridad- al lugar de los hechos…allí como a las 17 horas -don Dionisio-, sintió un fuerte temblor y estruendos en la tierra a lo que no hizo mucho caso ya que con frecuencia se estaban efectuando sismos (sic) desde hacía más de ocho días, pero siguió escuchando fuertes ruidos subterráneos acompañados de temblores y que entonces todo aterrado volvió la vista al poniente o sea su pueblo observando con sorpresa que haya abajo en la joyita se levantaban largas lenguas de fuego, con fuertes humaredas y estruendos nunca oídos, por lo que presa del pánico más terrible, huyó a Paricutín, a donde llegó jadeante dando inmediatamente cuenta al C. Agustín Sánchez, Jefe de Tenencia.
“El Sr. Sánchez al convencerse de la veracidad de lo denunciado por Pulido se trasladó junto con él a la Presidencia Municipal de Parangaricutiro, donde todos alarmados dieron parte de los hechos al C. Felipe Cuara Amezcua, quien con la premura que el caso ameritaba pasó en compañía de los denunciantes al lugar donde había aparecido el fenómeno que posteriormente se dieron cuenta era un volcán…se procedió inmediatamente a bautizar al neonato.
“Acto continuo -dice el acta- a propuesta de algunos vecinos de este lugar y del Paricutín, se discutió el nombre correcto que debería llevar el mencionado volcán, y después de amplias deliberaciones y deseos de los pobladores de la región, por unanimidad se le denominó: “VOLCAN PARICUTIN”.
Cabe agregar que el acta fue firmada por el Presidente Municipal, Felipe Cuara Amezcua, Rafael Ortiz, Rutilio Sandoval y Félix Anducho.
Por otra parte, muchos de los testimonios más conocidos se refieren al dueño del volcán –un personaje singular, humilde y que reflejaba la personalidad del campesino indígena de raza purembe.
Inclusive el destacado escritor José Revueltas, en su crónica “Sudario Negro sobre el Paisaje”, argumenta de manera textual:
“Dionisio Pulido, la única persona del mundo que puede jactarse de ser propietario de un volcán, no es dueño de nada. Tiene, para vivir, sus pies duros, sarmentosos, negros y descalzos con los cuales caminara en busca de la tierra, tiene sus manos, totalmente sucias, pobres hoy, para labrar, ahí donde encuentre abrigo. Sólo eso tiene: su cuerpo desmedrado, su alma llena de polvo, cubierta de negra ceniza”.
¡Nace un volcán!, ¡nace un volcán!, se escuchaban en las calles de Uruapan, a los niños que voceaban un semanario local. Todo habría de cambiar a partir de aquél 20 de febrero para la vida de la región y en especial para Uruapan, muy pronto nuestra ciudad habría de convertirse en el sitio hospitalario más próximo al fenómeno, para todo tipo de viajeros, investigadores, periodistas, cronistas, reporteros, fotógrafos, escritores y demás.
Conviene resaltar que, a raíz del fenómeno natural, hubo distintas maneras de interpretar el surgimiento del Paricutín. Cosa nunca antes vista en la historia moderna del mundo, incluyendo por supuesto en la misma historia de México.
A dos meses de que brotara de la tierra el Paricutín, el intelectual mexicano José Vasconcelos describe su llegada al volcán y lo compara con la segunda guerra mundial:
“Ahora el Paricutín es prodigio que ya hubiera atraído expediciones de todos los países del mundo si no fuese porque la guerra mantiene vivo el fuego de una destrucción mucho más vasta, más terrible que toda la fiereza del volcán”.
Comenzaban así a escribir las primeras impresiones:
“El volcán –dice en su excelente aportación el exiliado europeo Víctor Serge- tiene cuatrocientos metros de altura, sus llamaras púrpuras se elevan al doble de su tamaño, vuelven a caer en forma de lluvia de piedrecitas incandescentes, meteoros y cenizas ardientes bajo la sombría cola inmensamente desplegada de un cometa. Vemos cómo suben y caen los meteoros mientras el volcán, retomando aliento, se opaca, se ennegrece y finge sucumbir. Al margen de la cola del cometa las estrellas son verdes, el firmamento oscuro; unos meteoros esparcidos planean un momento entre las constelaciones. A esta hora la Vía Láctea cae sobre el volcán, de manera que la erupción parece tener dos prolongaciones hacia el infinito: el prolongamiento puro y amenazador de sus nubes y el de la galaxia, aéreo, glacial y suavemente luminoso. Escuchamos las caídas silbantes de lava. En los huecos de la colina los fluidos rojos jadean, se desvanecen y se reaniman. Estamos viendo los orígenes del mundo”.
Otro testigo presencial, Salvador Ojeda señalaba:
“Los árboles están secos y quemados. El paraje yermo y triste semeja acaso esas estepas rusas bombardeadas y quemadas por los propios rusos. ¡Tierra quemada por el enemigo! La ilusión se refuerza con el ronco tronar del Paricutín que no está lejos. Todos nos conmovemos y dejamos de hablar para ver aquellas gentes de caras pálidas y terrosas que pasan como fantasmas con un haz de leña o con un chiquillo semiasfixiado por esa atmósfera irrespirable. Pero no nos hemos saciado aún”.
“Y estamos lejos todavía del final, -dice Luis Mattox- El volcán de Paricutín no da muestras de atenuar su violencia. Siguen las formidables explosiones; siguen las enormes piedras volando por los aires; sigue el cono creciendo en diámetro y altura; nada indica que esté disminuyendo la cantidad de material que emerge del interior del volcán. Continúan proyectándose hacia el cielo, encendidos y bramadores, los chorros de lava, para abatirse después, en cataratas de fuego, por las laderas. Por la noche, el espectáculo es indescriptible. Con razón dicen los mexicanos, al contemplarlo: “¡Compadrito, el diablo anda suelto!”.
Max Frisch, en su narración, nos transporta a un mundo fantástico, a manera de cuento, y él también se muestra asombrado por el Paricutín:
“La lava se escurría impertérrita entre las casas, las llenaba, las tragaba. No teniendo ganado que salvar me subí a una colina para ver avanzar la lava; se arrastraba como un reptil, evaporando el agua que le salía al paso; tenía la piel parecida a la de ciertas serpientes, una piel rugosa que cubre un interior blando, cálido y flexible, una piel de color gris metálico. Finalmente llegó a la iglesia: la primera torre se hundió y fue tragada con todas sus ruinas; la segunda torre resistió y resiste todavía; una torre con una cúpula española, es lo único que sé aún de aquel pueblo”.
Para 1944 y hasta 1952, año en que dejó de estar en actividad el volcán Paricutín, Uruapan puede decirse que vivió una época, la época del volcán. Infinidad de personas y vecinos de nuestra ciudad recuerdan sus viajes al Paricutín y nos han contado sus testimonios.
Aunque también, muchos visitantes y hasta curiosos nos narraron sus propias vivencias:
“Aterrizamos en el villorrio de Uruapan, a unos treinta y dos kilómetros del Paricutín. Al caminar hundimos los pies en una alfombra de polvo de volcán, que, cuando llueve, se pone molestamente pegajosa. Los techos se pandean bajo el peso de la ceniza, que por mucha prisa y diligencia que los vecinos se den a quitarla, se acumula inexorable y peligrosamente. Todos los días llegan unos 500 visitantes que tienen que arreglárselas como puedan en el lugarejo. Paricutín, ha sido declarado oficialmente, zona de turismo. Hay una línea de ómnibus a Uruapan. Unas cuadrillas de obreros están quitando continuamente la ceniza del último tramo de la carretera. De Uruapan, los curiosos se trasladan en automóvil, o a lomo de mula hasta el límite de la zona oficial de seguridad, a cosa de kilómetros y medio de la base del volcán”.
El alpinista Manuel Leal Sierra opinaba que el viaje había sido singular y diferente a los que cotidianamente emprendía, “no tuvo objeto dedicarnos a disfrutar de las bellezas de Uruapan, decía, porque en aquel entonces aquellas bellezas estaban cubiertas, casi sepultadas por el hollín y la cenizas de la erupción, de modo que hasta la vegetación de sus huertas y las arboledas y pinares de la comarca, lucían un sudario negruzco, mismo que hubieron de padecer también numerosas ciudades michoacanas, como la misma Morelia, Quiroga, Zacapu, Pátzcuaro, cuyo lago vimos al pasar entoldado de una neblina plomiza, rara y trágica”.
En tanto, “en Uruapan, la primera ciudad importante cercana al nuevo volcán, los autos de alquiler están por las nubes. Todo el que tiene un auto de transporte de la clase que sea, abandona su habitual ocupación para alquilarlo a los turistas; las tarifas de alquiler aumentan más velozmente que el volcán. El Paricutín dista unos 26 kilómetros de Uruapan; el coche atraviesa entre bellos pinares casi intransitables; al cabo de seis horas y media de viaje, llega uno molido al final del trayecto”, expresa Egon Erwin Kisch.
Los poetas de aquella época y de la más reciente, también fueron inspirados por el Paricutín, tal es el caso de dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, de Homero Aridjis, Rafael Torres Huerta, Carmen Arteaga de Padilla, Concha Urquiza, Jesús Zavala Alfaro, Jaime Torres Bodet, etc.
Pero eso no es todo, el Paricutín es hasta la fecha el único sitio que fue visitado por importantes celebridades, políticos, artistas, actores, fotógrafos, diplomáticos, investigadores.
Qué orgullo para la tierra de don Dionisio Pulido, el haber sido visitada, en 1947, por Harry Truman, entonces presidente de Estados Unidos, por los expresidentes de la república los Generales Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho, Adolfo Ruiz Cortines, Miguel Alemán Valdés, por el citado poeta chileno Pablo Neruda; por Orson Wells, Luis Spota, Gary Cooper, Rita Hayworth, María Félix, el Dr. Atl, de quien bien podría hacerse un tratado sobre su estancia en el Paricutín, y quien dejó en su obra la huella del fenómeno natural. En fin, no acabaríamos de citar a todos ellos.
El Paricutín duró en actividad del 20 de febrero de 1943 al 4 de marzo de 1952, la elevación del cono fue de 424 m de desnivel con relación al valle de Quitzocho-cuiyutziro. Y se determinó que había sido del tipo extromboliano.
Vale la pena, aclarar que el Paricutín advirtió su nacimiento, se anunció, les dio tiempo a todos para salir, respetó sus vidas y también su espíritu, su religiosidad, porque, como arte de magia, la lava del Paricutín jamás tocó el altar de la iglesia del antiguo San Juan. Cubrió edificios, cubrió cerros, cubrió otras partes mucho más altas, pero el altar de la iglesia, la capilla de San Juan, la respetó.
En esos nueve años de actividad, los antiguos pobladores de la zona afectada, ya se encontraban reubicados en algunas partes de Michoacán, principalmente en San Juan de los Conejos y Caltzontzin.
El pueblo vecino, San Juan Nuevo, es un municipio ejemplar, que ha sabido superarse económicamente a través de la promoción del turismo religioso, gastronomía, artesanías y su empresa comunal.
En tanto que Caltzontzin, pertenece a nuestro municipio y también tiene su historia, y es donde se fue a vivir Dionisio Pulido, cuando el gobierno lo reubicó al lado de su familia.
A propósito, ya en su hogar de Caltzontzin, falleció el dueño del volcán:
“Nadie sabe de qué murió don Dionisio Pulido Cervantes. Su esposa Paula Galván que viviría hasta los noventa y cinco años decía que fue a causa de que ya que ya “no se halló de vivir en su nuevo hogar Caltzontzin (…) Pero la mayoría de paisanos suyos, argumentan que Dionisio falleció porque vio apagarse su volcán en marzo de 1952 y agarró una enfermedad de soledad y nostalgia”, escribe Moya Palencia.
El narrador agrega que: “cuando murió el Paricutín, Dionisio se murió con él. Y en la mañana del 30 de octubre de 1954, Dionisio se enfrió igual que su montaña adornada de nubes blancas. Lo enterraron en una tumba sin lápida. Crescencio, su hijo, acarreó arena gruesa y ceniza negra del volcán para cubrirla. El y Paula, no pudieron llorar porque sus ojos estaban secos como el malpaís”.
El Volcán Paricutín, debe ser considerado un emblema para el Michoacán moderno, pues su presencia en la tierra tarasca debe ser motivo de orgullo, ya que le ha dado al lugar donde se encuentra un carácter religioso, fantástico, metafórico, de esperanza, de sueños, de vida y respeto a la naturaleza. Lo cual es digno de presumir y preservar.
El volcán un día brotó de la tierra, como cualquier indígena purhépecha hubiera nacido en el vientre de su madre, pero también, si queremos hablar mitológicamente, fue como el nacimiento de un ser divino, ajeno al poder del hombre.
Por tal razón es una belleza natural de paisaje sobre nuestro paisaje indígena. Es la misma danza purépecha en sus movimientos, es la música armoniosa de las pirecuas, tan nostálgicas y reflexivas; es la alegría de nuestra raza autóctona; es la misma sangre de nuestra sangre.
Bajo este contexto, el Paricutín debe significar para todos nosotros, los que nacimos en esta tierra michoacana, más o por lo menos lo mismo que representó el volcán para el Dr. Alt:
Un ser espectacular, único, respetable, querido y propio de nuestra cultura y paisaje natural indígena.
En resumen, el volcán fue algo verdaderamente espectacular.
Estas son las palabras que dijo sobre el Paricutín el Doctor L. Foshag, miembro del Comité para el Estudio del Volcán Paricutín, organismo fundado en 1944 en los Estados Unidos:
“En mi opinión, el Paricutín es uno de los más sorprendentes espectáculos que nos ha ofrecido la tierra, tan impresionante como el del Vesubio, y, en su fase más violenta, quizá aún más grandioso.
“El Paricutín es digno de observación cuando estallan en lo alto, sobre el cráter, las burbujas de gas que suben hasta la superficie con la lava.
“La explosión forma un techo de fuego sobre la montaña. En junio de 1943 se reiteró la actividad eruptiva con gran lujo de manifestaciones. Las cordilleras próximas multiplicaban el eco de los truenos; la tierra se estremecía, las casas trepidaban; la cascada de fuego semejaba la del Niágara, y desde muchos kilómetros a la redonda acudía la gente para contemplarlo. El primero de agosto del 43, sus fuegos cobraron tal grandiosidad, que los espectadores prorrumpieron en aplausos. Por extraño que parezca, la multitud aplaudía a un volcán”.
Para concluir, Foshag refiere a la obsesión que tuvo el Dr. Alt por el Paricutín:
“Los estudios del volcán hechos al carbón y a lápiz que el Dr. Atl nos muestra son extremadamente detallados, despojados de todo impresionismo; dan por ello una sensación de contacto directo. Atl quiere hacer una obra documental; para sus esbozos pinta en diez grandes telas los diferentes aspectos del volcán. El Dr. Atl dice que tiene suerte, una suerte increíble. Desde hacía diez años que estudiaba los volcanes apagados; esperaba que una gran fuente de fuego despertara. Sus deseos se cumplieron plenamente. Por eso el Dr. Alt repite una y otra vez, una y otra vez: “!A este volcán, a éste volcán, lo quiero como a un hijo!…”.

Nota:
1 La siguiente crónica estuvo basada en parte del contenido que se incluye en el libro titulado: “Volcán Paricutín: Reportajes, Crónicas, Testimonios”, 1era edición, Uruapan, 2009. Antología compilada por quien escribe este apartado.

Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.

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