A medida que oigo sus acordes, sus imágenes que se desgajan de sus notas, más, más me irradio de su arte. Veo en lontananza, a golpe de caballo, a Clint Eastwood, siendo el «Bueno», «El Malo» o el «Feo», siento aventurado que cabalgo por «Unos Dolares Más», me voy con Belmondo en música con «El Profesional». Voy en cascada cayendo el Iguazú por «La Misión», o sintiendo a la banda de «Erase una Vez en América» con De Niro y un tal Jimmy Woods. Espi’o a una niña bailarina al compás de una lindísima» Amapola». Una flauta y violín mágico me conecta al horizonte inmenso, voy en diligencia tirada en par de caballos con Claudia Cardinale en » Érase una vez en el Oeste». Pero también soy un gángster de «Clan Siciliano», amigo de Delon, de Ventura y de ese francés maravilloso del pelo blanco, ese llamado el gran Gabin. Esos ecos de coro aborigen guaraní me hacen sentir jesuita al lado de Jeremy Irons o viviendo la redención sublime de De Niro. Ah, !Que grandeza la suya don Ennio!…es usted un Merlín genial que suscita la imagen de «Malena’. He llegado hasta pensar que esos grandes Leone, Tornatore, Joffé o Pontecorvo, no serían lo mismo sin sus momentos, sin su música que es dolor, aventura, seducción, amor, melancolía, todo lo habido y por haber. Veo descorrer el telón que cobija la pantalla y veo a mi «Cinema Paradiso», yo ahí me quedo don Ennio, preso de mi amor por el cinema, por el cinematógrafo, por mis actrices, directores y esos mis actores. El cine por siempre, siempre Morricone.
Dedicado en este canto cinematográfico a todos los amantes irredentos del séptimo arte.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
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