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OLIVIA SE VA CON EL VIENTO
Un Día del Niño, a inicios de los 80, nos sacaron del Colegio Prado y nos hicieron caminar una cuadra a la antigua Cineteca Nacional. El obsequio de ese día era una peliculón: Las aventuras de Robin Hood (película de 1938). Todos salimos encantados de los flechazos, las acrobacias y la belleza de Lady Marian.
Por esos años también me atiborré del mejor cine de antaño en el cine Bella Época, en la en ese entonces decaída colonia Condesa. Ahí quedé embelesado con Lo que el viento se llevó, cinta que ahora causa dolores de cabeza a las nuevas generaciones, dadas a ofenderse hasta por sus propias excrecencias corporales.
¿Qué tienen en común estas dos obras imperecederas? La actuación de OLIVIA DE HAVILLAND, la oscarizada actriz que combinaba una belleza naturalísima y deslumbrante con una determinación e ímpetu que desarmaban a cualquiera. No en balde, un infante llamado Jorge Ibargüengoitia la convirtió en una de sus musas adolescentes.
Ayer nos dejó Olivia de Havilland a los 104 años de edad.
La Época Dorada de Hollywood se destiñe con la pérdida de las estrellas que la hicieron brillar. Pero para los cinéfilos que nos criamos viendo las reposiciones de esas cintas, también empieza a cerrarse una etapa dulce en la que el cine era espectacular, noble, elegante y justiciero. Olivia se va con el viento, que puede llevarse todo, menos nuestros sueños./ Salvador Quiauhtlazollin.
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