En la Facultad los condiscípulos usaban el I Ching (El Libro de las Mutaciones) para impresionar a las chicas, para ligárselas, con el pretexto de leerles el oráculo, lo cual implica siempre cierta sofisticación y arte para interpretar.
Todos teníamos estas herramientas para el amor…
Pero yo, jamás leí el libro, sólo leí los prólogos y la introducción.
Ya me habían mordido los paradigmas de la ciencia y la filosofía, los principios ontológicos y sobre todo el principio de razón suficiente: nada es porque sí: por lo tanto debemos de buscar la causalidad de todos los fenómenos.
Ahora pienso: en sí, los oráculos son una guía para la acción: si te dicen que te vas a enfermar o te va a ir muy mal, tú buscas que eso no se cumpla, te pones manos a la obra.
Por lo contrario, si te dicen que la felicidad está a la vista, inminente, corres a buscar esa dicha para hacerla propicia y también estarás actuando.
Sin embargo, yo sólo entreabro las páginas al azar y nadamás no puedo continuar, descreo de horóscopos, oráculos; bueno tengo otros y también se vuelve uno un fanático de ellos: las pruebas clínicas del laboratorio, el resultado de las biopsias, la lógica.
No debe uno criticar ni burlarse de sus llaves del mundo y la felicidad de los demás: total, cada quien con su magia. / Juan Heladio Ríos Ortega.
Comments