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Cambios de domicilio que ha tenido la cárcel municipal

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Conforme al croquis de la ciudad de 1897, desde aquella época tanto las oficinas principales de gobierno, incluyendo la del prefecto, como la cárcel de la prefectura, estaban situadas en el Portal Mariano Matamoros, ciertamente a eso se debe a que dicho portal todavía a mediados del siglo XX, le llamaran el “Portal de la Cárcel”.

Para darnos una idea sobre el sitio donde estuvo la prisión, podemos añadir que, de los negocios situados ya en 1925 (ver imagen que acompaña este texto), al inicio de la esquina que forman la calle Cupatitzio y el portal Matamoros, estaba la conocida ferretería “La Palma”, propiedad del alemán Juan Andressen, fundada alrededor de 1900; luego -hacia el oriente del portal- un local donde vendía ropa el libanes Bernardo Lew, conocido como el “Güero Calcetín”; después se encontraba la tienda de Adalberto Castillo Belmonte, llamada “La Barra de Tampico”; enseguida la “Botica del Refugio”, atendida por el doctor Cristóbal Treviño Leyva. Posteriormente (en donde actualmente está el Pasaje Navarro) se ubicaban las oficinas de la Presidencia Municipal y al fondo del inmueble, estaba la cárcel dividida en dos secciones, una para hombres y otra para mujeres, siendo hasta la cárcel donde terminaba lo que se conocía como el Portal Matamoros. 1

Por cierto, José Luis Navarro Quiroz (+) en una entrevista hecha en enero de 2007 por quien esto escribe, señalaba que “los reos vivían al fondo del pasaje, ahora llamado Navarro, y como broma, cuando a algún individuo lo iban a encarcelar, le decían: ¡ya te llevan hasta Apatzingán!, ¡¡¡¡al calabozo!!!!”

Por cierto, Navarro Quiroz se impresionaba cuando recordaba que las divisiones de la prisión –edificada en adobe- tenían piso de tierra y debido a la poca higiene que existía, solía estar infestado de pulgas, chinches en los catres, y hasta garrapatas, por eso “lo pobres reos se la pasaban rascando, ¡no sé cómo vivían!, a me tocó ir varias ocasiones con mi madre a darles de comer algo a esos hombres”, decía asombrado.

Años más tarde, en 1938, durante el gobierno del Mayor del Ejército, Albino Hernández Galarza, reubicaron las oficinas de la Presidencia Municipal y la Cárcel Preventiva del portal «Matamoros», al edificio del ex Colegio Marista, situado en la segunda calle de Calle de 5 de Febrero, esquina Morelos (donde hoy está la escuela primaria federal Ignacio M. Altamirano). Nota. En la imagen se ve al fondo la edificación de los maristas.

A detalle, la antigua construcción de los maristas era una amplia propiedad con dos puertas de acceso y por lo tanto el inmueble eran dos fincas juntas; en la primera se destinaron las oficinas judiciales y la oficina de rentas, colocadas en la planta baja de esa parte de la edificación, y a la entrada del portón principal se instalaron las oficinas del Sub-Sector Militar, que en esos días estaba a cargo del coronel de caballería Florencio E. Anitua. En la planta alta se ubicaron las oficinas de la Presidencia Municipal y las correspondientes al Registro Civil, atendidas por muchos años por su titular Neftalí Chávez Granados, aunque lógicamente otros jueces llegaron a ocupar tal puesto.

Mientras que en la segunda sección de la construcción, pegada a la escuela primaria federal “Lic. Eduardo Ruiz”, estaba la cárcel que tenía, como se dijo, su entrada independiente.

Recuerda nuestro amigo, el locutor “Pepe” Martínez Vidales que alrededor de 1950 “por las mañanas vendía bolillo a los presos, lo llevaba al interior de la cárcel ya que trabajaba como repartidor de una panadería cercana, cuando entraba, cerraban con candado la entrada, tenía su entrada, era exclusiva, o sea no había otra entrada, era por 5 de Febrero”.  

En 1940, en cuanto a espacio, la cárcel –que incluía presos, procesados y sentenciados– disponía de varias secciones: un patio con calabozo de castigo al fondo de la finca, medía 6.0 x 8.0 metros; habían talleres de oficios donde los recluidos trabajaban la carpintería, por ejemplo; estaba un salón de 6.0 x 15.0 metros; contaba con una cancha deportiva que abarcaba 15.0 x 20.0 metros; un portal oratorio de 12.0 x 15.0 metros; una amplia cocina, de 5.0 x 5.0 metros; sus sanitarios, una pileta de agua de extensión 15.0 x 15.0 metros; igualmente, un salón de clases, en un cuarto del mismo tamaño que la cocina. Y la sala general donde habitaban los reos de 30.0 x 25.0 metros, se sabe que esta parte luego fue subdivida para clasificar a los presos por delito cometido.

A principios del año 1950 se tenían registrados 90 reos, los cuales el 12 de septiembre de ese año, estuvieron a punto de fugarse en su totalidad, “pero tal cosa pudo evitarse, por la oportuna intervención del cabo de guardia, que a tiempo dio el grito de alarma al restos de los gendarmes y así sólo lograron fugarse tres peligrosos individuos: un asesino de su ex esposa, y dos rateros; uno que robó una mueblería, y otro que robó unas máquinas de escribir, en los planteles Ignacio Manuel Altamirano y Fray Juan de San Miguel”, señalaba en su portada el impreso local “La voz de Uruapan”, fecha 16 de septiembre de 1950.

En esa época eran un dolor de cabeza las pandillas de menores, que por no tener donde recluirlos, al no haber un penal para menores, las autoridades judiciales por no haber medidas para solucionar tal situación los dejaban libres, y sólo cuando era un futuro criminal lo mandaban a la Escuela Correccional de México.

En relación a los tipos de delitos de ese entonces eran muy comunes los siguientes: infanticidios, abigeatos, parricidios, fraticidios, lenocinios, acción delictuosa, vagancia, malvivencia, corrupción de menores, traficantes de mariquita (marihuana), violación de impúberes y señoritas, insidias, chismes, etc.

Por otro lado, nuestro amigo Ignacio Alvarez Hernández refería de algunos aspectos interesantes sobre la prisión:

“El acceso que albergaba a la cárcel era a través de un portón ancho y sobre la banqueta había siempre dos elementos del Cuerpo de la Policía Municipal, dotados de sus carabinas, uno a cada lado del portón, que vigilaban y resguardaban el acceso al interior de la prisión; el nivel del piso de la cárcel era más alto que el nivel de la calle, o sea, se subían tres o cuatro escalones para llegar al nivel de adentro; ahí se encontraba el Jefe de Guardia, estaban las oficinas administrativas y el cubículo del director de la cárcel, que por mucho tiempo fue don José Soria; había un muro que separaba el área de las administraciones de la zona de separos, al cual se accedía a través de una puerta con reja y al interior de esa área existían varias celdas, que tenían dimensiones diferentes entre sí, y que eran ocupadas por los reos según el delito cometido y su peligrosidad”.

En 1954 el General Lázaro Cárdenas, entonces Vocal Ejecutivo de la Comisión del Tepalcatepec, organismo que operaba desde en 1947, con sede en esta ciudad; realizó personalmente una revisión física de los planteles escolares del municipio, para ver si se podían gestionar recursos y canalizarlos a su mejoramiento.

Al inspeccionar la escuela primaria Altamirano, ubicada donde hoy está la Casa de la Cultura, y al ver las condiciones en que se hallaba, dio instrucciones para que el plantel se cambiara al inmueble de los maristas de 5 de Febrero, donde la vida de los pequeños quedaría bien garantizada por las condiciones en que se encontraba este último edificio.

Así, enero de 1955, siendo alcalde Salvador Pedraza Gonzaga, se realizó el cambio de las oficinas del gobierno local y demás dependencias a donde se encontraba la escuela primaria (hoy Casa de la Cultura) y viceversa, la escuela se ubicó en una sección del multicitado ex-colegio de los maristas.

Abundando, las oficinas del gobierno local se enviaron a lo que hoy es la Casa de la Cultura funcionando como Palacio Municipal de 1955 hasta 1992; pues el 22 de junio de este año, el gobierno de Agustín Martínez Maldonado aprobó su trasladó a donde ahora se encuentran, en la Avenida Chiapas; y por lo consiguiente, la Casa de la Cultura, abrió sus puertas al público, a partir del 21 de octubre de 1992, hasta la fecha.

Por su parte, una vez libre el inmueble de los maristas, de 5 de Febrero, desde 1955, en el lugar donde se encontraban las oficinas municipales se instaló el espacio físico para la escuela primaria «Ignacio M. Altamirano», quedando así “La Borracha”, como entonces le comenzaron a decir, en la otra parte de la construcción.

A la sazón, por muchos años, para ser precisos de 1955 a 1975, la prisión se ubicaría entre los dos planteles escolares, ya que al lado izquierdo de la prisión estaba la citada escuela primaria “Lic. Eduardo Ruiz”.

Acto seguido, el 24 de mayo de 1970, el semanario “Crítica” daba a conocer a sus lectores sobre la triste situación en que se hallaba “La Borracha”:

“Urge la Construcción de la peni. Ese viejo proyecto de autoridades pasadas de nuestro municipio y en buena hora apoyado por las actuales, en el sentido de construir una Penitenciaría funcional y parece que la Junta de Mejoras y el H. Ayuntamiento que preside el galeno Francisco Solís Huanosto, aunque se necesitan apoyos de todos los sectores de la sociedad y gobiernos estatal y federal”.

En ese entonces, no pocos vecinos y medios informativos locales se quejaban de que la prisión se localizara entre dos escuelas públicas, dicho de otro modo, “este centro reclusorio donde pugnan sus penas todos aquellos delincuentes que corresponden a este distrito judicial, se hace necesario porque causa muchas molestias al medio ambiente educativo de la niñez y la juventud. Pues como bien se sabe que desde 1938, los reclusos de entonces y los actuales (1970) los tienen empocilgados en un mugriento local de viejas paredes limitadas por el viento de norte, con la escuela primaria federal Lic. Ignacio M. Altamirano y por viento sur con la escuela primaria federal Lic. Eduardo Ruiz y últimamente con la Secundaria Nocturna Lic. Benito Juárez, que ahí tiene su espacio provisional”, sentenciaba el semanario.

Y así concluía la nota:

“Son muchas las causas que pudieran decirse del mal que en lo social y lo cultural y lo moral han estado causando las sucias cárceles municipales por el hecho de estar en medio de los más importantes planteles educativos de la ciudad; pero esta vez, bástenos con exhortar a las autoridades municipales, para que no desmayen en su actividad social solicitando con más insistencia, la colaboración del pueblo para que ese veterano proyecto de la construcción de la Penitenciaria, sea en breve una realidad”.

Tuvieron que pasar tres años, puesto que en agosto de 1973 ya se hablaba del cambio oficial de residencia, el cual había sido aprobado por el gobierno estatal. Era el paso a un lugar, mejor dicho, a unas bodegas que eran propiedad de la Cooperativa Textil “Lázaro Cárdenas”, es decir, a un anexo de la antigua Fábrica de Hilados y Tejidos “San Pedro”.

En cierta medida, el traslado del reclusorio fue un acierto del gobierno local, pues desde hacía tiempo que los vecinos de la calle 5 de febrero –donde se localizaba la cárcel- se quejaban del riesgo es que estaban ante el inminente peligro de fuga de reos, más cuando la prisión era vecina de dos escuelas primarias. Y reconocer que mucho tuvo que ver el respaldo de los cooperativistas de la fábrica de San Pedro, para llevar la cárcel a su nuevo domicilio, en las bodegas de tal factoría.

Sin embargo, tuvieron que pasar casi dos años más para que se hiciera realidad el traslado de los reos, es decir, fue hasta 1975 cuando estaban plenamente en su nuevo espacio.

Recuerda don Aurelio Herrera que en 1975 fue a solicitar su Cartilla Militar Nacional al edificio de la presidencia -en 5 de febrero-, donde estaban las oficinas del colegio militar, y que justamente le tocó ver cuando llevaban en fila alrededor de 25 presos amarrados y custodiados por un buen número de policías y militares, y junto con otras gentes se quedó unos minutos “mirando con curiosidad cuando dieron vuelta hacía la Calle Madero, y de ahí derecho se fueron hacia su nuevo hogar, no llevaban uniforme, puros hombres, iban todos con el pelo desordenado y agachados”.

Como dato complementario, a principios de 1976 la llamada «Borracha», ubicada ahora en la Calle 20 de noviembre por donde estaba su entraba, se tenía el registro de 124 reos y 4 reclusas que pagaban sus culpas.

En tanto, las circunstancias en que se encontraban era inhumano, ya que la humedad del edificio originaba un castigo más a las culpas de los procesados (as) o sentenciados (as), produciéndoles que padecieran enfermedades respiratorias y hasta gastrointestinales, situación que no cambiaría notoriamente en su nuevo domicilio.

En este tenor, el 25 de noviembre de 1978, el semanario “Comentarios”, publicaba la siguiente nota:

“La cárcel municipal una mazmorra de la inquisición.- El Ayuntamiento duró mucho tiempo para realizar el traslado de la Cárcel Municipal, argumentando que en las bodegas donde actualmente se encuentra (fábrica de San Pedro), se efectuaban trabajos de acondicionamiento para la prisión. Pero resulta que ese tiempo fue inútil, ya que la cárcel –si se le puede llamar así- no es más que una gran mazmorra donde hasta los guardias y los jefes de éstos tienen que soportar las inclemencias y carencias del edificio”.

La descripción del sitio, es citada por el reportero de “Comentarios”, quien exponía que “en cuanto se entra a la prisión, se percibe la sensación de estar dentro de una gigantesca hielera, y eso es debido a que por las paredes del local existe un constante escurrimiento de agua del Cupatitzio (…) Ahora bien, no existe el agua potable para satisfacer las necesidades más elementales de los reclusos, ya que el tinaco que abastece al edificio es de una capacidad muy pequeña y a las primeras horas del día se termina”.

“Las galeras donde habitan los presos, son realmente muy chicas y estrechas dado el gran número de reclusos que alberga la prisión, así que constantemente hay riñas y pleitos entre los reclusos. Los dormitorios son completamente antihigiénicos y las camas o catres chinchentos prácticamente se encuentran uno sobre otro”, continúa.

El informante afirmaba que hasta se podría generar un grave contagio colectivo dentro de la cárcel “ya que con la humedad existente, se presenta el campo propicio para el desarrollo de enfermedades como: la tuberculosis, tos o cuando sea muy leve la gripe y, además de que, con la estrechez del espacio se facilita el contagio de cualquiera de estos males”.

Y más adelante abundaba: “las condiciones de la oficina administrativa de la Inspección de Policía son deprimentes; un escritorio rodeado de tierra por todas partes, los archiveros tirados por dondequiera, los expedientes y demás papelería sin ningún orden, etc. La alcaldía de la prisión no es más que una mesa destartalada y una vieja silla sostenida con alambres. La Oficialía de Barandilla, pues realmente no existe y el encargado tiene que pasarse día y noche deambulando por la flamante «Inspección de Policía”.

“Por las noches, tanto presos como policías prefieren no pertenecer a este mundo, ya que el frío los castiga duramente debido a que el edificio, pues realmente, no es más que cuatro bardas que forman un cuadro en la intemperie y al aire frío, helado, que los azota sin darles oportunidad para combatirlo.

“Está bien que los reclusos son personas que están sometidas a un castigo, -argumentaba el periodista-, pero con las condiciones de esta cárcel se antoja ser un edificio de tormentos similar a los que se usaba en la Santa Inquisición. De tal manera que cabe la pregunta para las autoridades municipales: ¿Cuáles fueron los acondicionamientos que se les hicieron a esas bodegas para que funcionara como cárcel? ¿Tiene la culpa el presidente? ¿Quién es el culpable?…”

Sin embargo, y a pesar del reclamo del medio informativo “La Borracha” habría de estar ahí durante varios años más.

En 1984 se complicaban las cosas para tener la preventiva en tal propiedad. Para mayo del año siguiente, luego de una asamblea, los cooperativistas de la fábrica de San Pedro le solicitaron al presidente municipal, Federico Ruiz López (+), la entrega de las bodegas que ocupaban la cárcel y sus oficinas; dicho de otro modo, el cambio de la cárcel preventiva, ante los deseos de recuperación de los anexos de la fábrica era notorio, pero hasta entonces no tuvieron respuesta por parte del segundo alcalde panista en la historia de Uruapan, hijo de uno de los fundadores del comité municipal de Acción Nacional, el médico Juan Ruiz Cornejo.

Un mes después, vía oficio así les contestaba el edil a los cooperativistas: “(…) confió en poder resolver en un tiempo perentorio lo que me solicitan, mientras tanto reitero a ustedes las seguridades de mi consideración” (copia facilitada por Librado Huipe Portugal).

Al parecer fue durante el gobierno de “Pancho” Ruiz López, 1986, cuando la preventiva se trasladó a su domicilio, el definitivo, ubicado en San José Obrero donde la vida de los presos y la funcionalidad de la preventiva al día de hoy, tienen su propio contexto.

En resumen, al final la preventiva se ubicó en los años 70´s en los anexos de la fábrica textil y pasarían poco más de una década para que se ubicara en sus actuales instalaciones, localizadas en el fraccionamiento referido.

Para finalizar, detallar que en ese entonces la delincuencia e inseguridad ya era una queja constante -y que así habríamos de padecerla hasta hoy día, ¿o no?-, a tal medida que “lamentablemente Uruapan ha sido escenario en donde se han registrado secuestros, que no han sido esclarecidos, violaciones, asesinatos, incluso de menores, que tampoco han sido detenidos los autores; igualmente robos, estupros, vejaciones, asesinatos, asaltos, y tantos otros actos delictivos que nunca han sido puestos en claro, ni recluidos en la prisión sus actores. La policía municipal debe de poner acciones más profundas para acabar con las pandillas de delincuentes, con ese grupo de vividores y vagos que mantienen asolada a la población. Basta que se den una vuelta por las calles y portales de la ciudad para que se den cuenta de ello”, sostenía la editorial de “Comentarios”, bajo el título: “A raíz de la muerte de José Luis Escobar, que se combata la delincuencia”. (Uruapan, 17 de mayo de 1987).  

Y es que en mayo de aquél año, en una reunión de los alcaldes de 17 municipios aledaños, ya se buscaba una alternativa entre los gobiernos municipales para no permitir el soborno a los propios ediles, directivos, funcionarios y custodios; y de paso, en el caso de Uruapan, que pronto se construyeran centros penitenciarios de aceptable capacidad en otras poblaciones de tierra caliente y la meseta purépecha, ya que se deseaba evitar que los sentenciados tuvieran que ser trasladados a esta ciudad, donde ya había sobrepoblación de presos y por lo tanto se reflejaban mayores riesgos de inseguridad. Ahora bien, la historia del CERESO es más reciente, tema de interés para otra participación. Así sea.  

Nota:

1 Desde la etapa del porfiriato, el portal en su extensión era un poco más de la mitad de la que actualmente abarca, pues hacia el oriente (rumbo a la calle Obregón), había un ángulo donde se encontraban unos locales que llegaban a la esquina de la Unión, hoy 5 de febrero. Era un recoveco donde para 1920 se ubicaban locales como: la zapatería “La Gaviota” que era atendida por su propietario, José Ruiz, hermano del famoso beisbolista Nicanor Ruiz; seguía el “Bar Moctezuma” que administraba y atendía el español Francisco Martín Sabater, a donde iban los ricos de Uruapan a deleitarse con sabrosos y caros licores de exportación; y al final, llegando a la calle 5 de Febrero, estaba “La Ciudadela”, local comercial de ultramarinos, negociación de Isidro Villalobos.

Fue aproximadamente entre 1957 y 1959, durante las mejoras de todo el centro histórico, cuando el portal se fijó tres metros hacia atrás de la edificación original, quedando los comercios donde ahora los vemos y también extendiéndose hasta la esquina de la calle 5 de Febrero.

Texto, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.

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