Mucho antes de la conquista española existía, dentro del reino de Michoacán, el Valle de Guayangareo que no constituía un centro de población; pero estaba parcialmente habitado por unas familias aisladas, estables o nómadas, que de sus tierras, bosque, caza y demás recursos naturales obtenían lo necesario para ir viviendo.
Por los años de 1310, según cálculos cronológicos que hemos formado, la tribu de los Tecos, que ocupaba la región noroeste de Michoacán, por donde ahora se encuentran Zamora y Tarecuato, invadió el reino michoacano gobernado por entonces, por la menor edad de Tariácuri, por una regencia compuesta por un primo hermano suyo, Cétaco, y de los sacerdotes Chupitán y Nuriván.
Temerosos los michoacanos de no poder repeler la agresión, solicitaron la alianza de los matlaltzingas los que aportaron un regular contingente al mando de seis de sus jefes. La raza matlalzinga, es originaria del Valle de Toluca; su nombre, derivado de la nahoa “matlalt”, red, significa “lugarcito de redes” y se les aplicó porque eran expertos fabricantes de estos artefactos los que utilizaban para la pesca.
Posteriormente se le llamó “Pirindas” (de “pirinda”, lo que está en medio) porque, como se verá más adelante, escogieron para asiento y habitación ciertos terrenos en el Valle de Guayangareo situado, poco más o menos, en la parte media de los dominios michoacanos.
Derrotados los Tecos con la ayuda de estos aliados, el gobierno michoacano quiso recompensar sus servicios ofreciéndoles tierras dentro de su reino, lo que ellos aceptaron gustosos “y escogieron desde los términos de Tiripitío hasta los de Andaparapeo” según Basalenque.
Tiripitío era y es un pueblo situado a 25 kilómetros aproximadamente, de Morelia; Andaparapeo (actual Indaparapeo) es pueblo a 30 kilómetros, aproximadamente, de la misma ciudad; el primero hacia el suroeste y el segundo hacia el noroeste.
Por lo tanto, Morelia queda situada en un punto medio casi equidistante de esos dos lugares. Esta porción de terreno venía a formar el valle de Guayangareo.
En el año de 1531 llegaron al humilde poblado de Guayangareo, los religiosos franciscanos Fray Juan de San Miguel y Fray Antonio de Lisboa cuyos nombres perdurarán siempre en la memoria de los michoacanos amantes de su tierra.
La labor del primero resalta de una manera notable porque no se concretó a su misión evangelizadora; fue un gran constructor y fundó por sí solo, en Michoacán y Guanajuato, gran número de poblaciones que le deben su actual existencia.
Desde luego, construyeron una capilla a cuyo alrededor comenzó a agruparse la población, poco después y en el mismo lugar, Fray Antonio de Lisboa proyecto y llevó a cabo la edificación modesta, pero sólida y grandiosa, del templo y convento de San Francisco que actualmente existen aunque muy reformado el segundo, siendo éste el primer edificio de su clase que hubo en Morelia. Según los cronistas, dio principio a la construcción con un capital inicial de “cinco reales”.
Ya para este tiempo Fray Juan de San Miguel había fundado en la naciente población el Colegio de San Miguel que más tarde se fundió con el de San Nicolás Obispo según se relata en su oportunidad. Hecho que no se le ha reconocido como debería a este misionero.
Por este tiempo la autoridad política y religiosa había cambiado su asiento de la ciudad de Mechoacán (Tzintzuntzan), antigua capital del reino michoacano, a la de Pátzcuaro; pero encontrándole también ciertos inconvenientes, hicieron gestiones para trasladarse a Guayangareo, lugar que les pareció apropiado.
Por tal motivo, el primer Virrey, don Antonio de Mendoza, expidió con fecha 23 de abril de 1541, la provisión virreinal que, en parte, dice:
“(…) Por cuento siendo informado su Majestad que la ciudad de Mechoacán (así se le había llamado también a Pátzcuaro, como se verá en el capítulo relativo) se había puesto y asentado en parte no conveniente, y que había necesidad de que se mudara a otra parte, me envía a mandar que informado de lo sucedido, hiciese asentar la dicha ciudad en parte y lugar conveniente y necesaria para la perpetuación de ella; en cumplimiento de lo cual estando en dicha ciudad de Michoacán, me informé de lo susodicho en que convenía mudarse y me constó que no había otra mejor parte donde se pudiese asentar sin menos perjuicios y más conveniente, que es a do dice Guayangareo por haber en la parte susodicha fuentes de agua y cerca las demás cosas para la población y perpetuación de la dicha ciudad e proveimiento de los vecinos de ella e tierras para poder hacer sus heredades e tener sus granjerías sin perjuicio de los indios. Por ende, por la presente señalo el dicho sitio de Guayangareo para que en él se asiente la dicha ciudad de Mechoacán e porque para la traza de ella e repartimientos de solares se han de dar a los vecinos de la dicha ciudad, para hacer sus casas y heredades e otros repartos, conviene nombrar personas que entiendan en lo susodicho; confiado de vos Juan de Alvarado y Juan de Villaseñor e Luis de León Romano que sois tales personas, que entenderéis en lo susodicho bien y fielmente mirando el servicio de su Majestad y bien de la dicha ciudad, por la presente os mando que en el dicho sitio y lugar de uso nombrado, hagáis e se asiente la dicha ciudad de Mechoacán y entendáis en la traza y repartimiento de ella, por la forma que os pareciere e veriedes que más convenga para la perpetuación, ennoblecimiento de la dicha ciudad, señalando sitios e partes donde se haga la Iglesia Mayor e Casa Episcopal e Monasterio e Casa de Cabildo e Cárcel Pública e los demás que convenga para el ornato ennoblecimiento de la dicha ciudad”.
Fundados en esta provisión los comisionados se apresuraron a llevar a cabo su cometido y la fundación material de la ciudad tuvo lugar, con gran solemnidad y festejos, el día 18 de mayo de 1541, levantándose el acta correspondiente la que fue firmada, entre otras personas, por el Alcalde don Pedro de Fuentes y los Regidores Juan Pantoja y Domingo de Medina, nombrados al efecto. Se dio a la ciudad el nombre de Valladolid de Michoacán en recuerdo de la española del mismo nombre.
Por real cédula del 6 de enero de 1545, expedida en Zaragoza por el Emperador y Rey Carlos V y I, se la elevó a la categoría de ciudad concediéndole escudo de armas en que figuran tres reyes que, al decir de algunos cronistas, representan al propio Carlos V, a su hermano Maximiliano y a su hijo Felipe II.
El Virrey, don Martín Enríquez de Almanza, dispuso con fecha 25 de diciembre de 1575 que la Justicia y Ayuntamiento de Michoacán que estaban en Pátzcuaro pasasen a Valladolid convirtiendo así a la naciente ciudad en la capital política de Michoacán. No hay que perder de vista que en aquellas épocas la Iglesia y el Estado estaban unidos y que la primera tenía gran predominio. Por lo tanto, aun cuando la capital política de Michoacán se hubiese establecido en Valladolid, no estaba reunida allí toda la autoridad de la provincia. Lo estuvo hasta que el sexto obispo de Michoacán, don Juan de Medina Rincón, cambió la sede episcopal de Pátzcuaro a Valladolid según lo dispuso en decreto del 6 de noviembre de 1579.
Al mismo tiempo cambió el Colegio de San Nicolás, fundado por don Vasco de Quiroga en Pátzcuaro, el que vino a fundirse con el de San Miguel establecido en la antigua Guayangareo por Fray Juan de San Miguel, formando uno solo con el nombre de San Nicolás Obispo. Esta fusión se llevó a cabo en el año de 1580; el plantel se estableció en el mismo lugar en que ahora se encuentra y su primer Rector, una vez hecha la fusión, lo fue don Melchor Hernández.
Tan luego como la ciudad de Valladolid quedó convertida en capital de Michoacán por el establecimiento en ella de todos los poderes, comenzó la era constructiva en que las autoridades civiles y religiosas rivalizaban en edificar templos magníficos, levantar soberbios edificios, implantar muy buenas obras públicas, etc.
Por su parte, los particulares edificaron espléndidas mansiones y obras de ornato. Esta fue la época de oro de Valladolid por lo que a las construcciones se refiere; así nació y creció la histórica y simpática ciudad que actualmente, con el nombre de Morelia, se encuentra poco más o menos en las mismas condiciones, por lo que a la arquitectura se refiere, en que nos legara el gobierno colonial pues de la independencia a nuestros días muy poco se ha hecho.
De: “Estudios Históricos-Económicos- Fiscales sobre los Estados de la República (Michoacán)” Tomo I, SHCP, DGIF, México, 1940.
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