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Carlos Eduardo Turón: el escritor del Titzio que sonorizo la palabra estéril

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A Carlos Eduardo Turón (1930-1992), poeta, es aplicable la expresión aristotélica que afirma que el carácter del hombre es lo que revela su elección personal, preferencias y aversiones de las que da cuenta su obra; una obra que es urgencia vital, cuya constante en la afirmación de que el orden humano, social y moral: no es racional ni justo, sino cruel, impaciente e insensato, lleno de un afán destructivo.
Carlos Eduardo Turón es un caso singular en el quehacer artístico y cultural de México. Aunque de temprana vocación por la literatura, realiza estudios de Ingeniería Química en la UNAM y estudios de posgrado en el mismo campo en el extranjero. Esto no impidió que cultivara la poesía, el ensayo, la novela y el teatro. La singularidad tanto de su persona como de su obra estriba en el establecimiento de sólidos principios éticos, que le permitieron desarrollar su trabajo creativo como testimonio de la existencia de mundos diferentes al de la vida cotidiana, y los sacrificios, en todo caso autoimpuestos, no fueron para él ni más admirables ni más deplorables.
No es posible hablar de su obra literaria sin hablar de él mismo. José Revueltas, uno de sus grandes amigos (otros lo fueron Efraín Huerta y Carlos Pellicer) nos lo describe como un hombre transparente, un tanto ingrávido, apenas lo necesario para ver la vida como una poesía irrecomendable, esto es, para ser tomada en secreto, en absoluta clandestinidad del espíritu. “Carlos Eduardo, puedo asegurarlo, no tiene pies. Camina sin sentirlo, asido a quien sabe que columnas invisibles, siempre dándose al cielo. Es algo como un caballo de mar, expuesto a su propia escultura para un nueva Atlántida”.
Y esta imposibilidad de separar al hombre de su obra, nos lleva a intentar un esbozo de la relación entre poesía, poeta y poema; vasos comunicantes en los que el poeta logra tocar espacios que se resisten entre la progresión de la metáfora y el cubrefuego de la imagen, proyectándonos solo las esencias que se expresan en las Eras imaginarias de Lezama Lima.
De la trayectoria literaria de Carlos Eduardo Turón, nacido en la ciudad de Uruapan, Michoacán, destaca en su bibliografía los siguientes textos: “En los Lindes del Día” (1965); “Tríptico de Verano” (1970); “Compasión de Eleusis” (1977); “Crucificciones” (1978); “La libertad tiene otro nombre” (1979) -libro que le valió el premio Xavier Villaurrutia- “Titzio” (1982) y “Quehaceres del Amante” (1989); todos estos de poesía.
“Frente a Delfos”, ensayo dramático en un acto (1970) y “Sobre esta Piedra” (Novela) (1982).
La constante en la poética de Turón, se da a partir del lenguaje que funda, nombrando y creando nuevos sentidos. Sobre sus hombros y con los brazos abiertos se abre a todas las cosas quedándose vacío, vacuidad que en él se convierte en el lugar para que nuevas criaturas lo habiten, hombres o demonios. Este puede ser su símbolo como poeta.
“La libertad tiene otro nombre”, es probablemente el más conocido de sus libros, y ello por razones extraliterarias, como pudieran ser el hecho de varios de los poemas en el contenido, fueron leídos en un acto de carácter político y cultural organizado por quienes participaron en el Movimiento Estudiantil de 1968, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
A este acto acudió José Revueltas, quien hizo una no presentación del poeta: ¿“Qué cosa es presentar a un poeta?”, el poeta no es presentable, y creo que hasta ni representable. Eso sí presentable. Pues la poesía es un presentimiento: la lectura de la poesía su asunción en el presentir, un todavía no está en el milagro, pero anticipársele. El poeta es la magia y el milagro”.
El poeta de miurgo, alquimista de la palabra, lleva consigo el afán de transmutar en eterno lo fugitivo de la naturaleza, lo hábil y fortuito del pensar y sentir cotidianos, y en esto va el riesgo, porque: La poesía agrava riesgos. Conspira y abre barricadas, revive incendios, reanuda sediciones. Salva exilios silvestres, muertas constelaciones la iluminan.
Dividido en cuatro partes el libro “La libertad tiene otro nombre”, reúne no sólo poemas en los que el autor es testigo, sino actor, confluyendo en acciones que lo convierten en pluralidad. La peculiaridad que tienen estas acciones transformadoras en el hombre son su lentitud, casi imperceptible, y solo manifiesta por sus resultados. Esta lenta absorción que subyace a la evidencia está dada en Turón a partir de una cabal comprensión de los procesos civilizatorios y los vaivenes de la libertad: Renovada en diluvio de palomas a veces la libertad renace. Bautizada de nuevo, los amantes la encuentran en sus manos, olvidad; los niños, en sus cometas, desasida; el poeta, en la puerta del silencio; el transeúnte, ajeno a cuanto pasa en cosas de la lluvia. Entonces nadie pregunta dónde están los hombres. Aquí están. Hablan, escriben, sueñan.
La búsqueda de la libertad en Turón la leemos en “La historia de los hombres de otros días”, compañeros del poeta-hombre-nombre, que con su palabra libera de las cadenas a quienes como él son cabal condición terrena, que se agotan en la justicia que no es sino violencia y esto, porque la palabra de la poesía es irracional, inagotable en la riqueza de su posibilidad. Fijar lo inexpresable, dar forma a los fantasmas, al delirio, al ensueño, por su condición de irracional, la palabra del poeta no traza camino, sino caminos que son su raíz y su razón.
Turón es un poeta que se ha angustiado, se ha asombrado y ha gozado en un mundo en el que “Todo tiene otro nombre”, en un tiempo de verdugos en el que el esclavo con quien habla el tirano es nuestro jefe, como lo afirmaba Víctor Hugo, y esto lleva a Carlos Eduardo Turón a no escapar de la tentación de la política, teniendo presente siempre lo que a Eckerman, dijo Goethe: “No bien un poeta quiere actuar en política, tiene que entregarse a un partido político; y no bien lo hace está perdido como poeta. Tiene que decir adiós a su libertad de espíritu, a su visión desprejuiciada, y en vez de ello calzarse hasta las orejas la capucha del odio ciego”.
Carlos Eduardo Turón rememora, en el prólogo al tomo II de las obras completas de José Revueltas, su experiencia intentando adherirse al Partido Comunista Mexicano: “…Cuando advertí que los propietarios de este mundo juzgan que las manos no valen la pena, que el saqueo acostumbrado es trivial y que tanto el arte como la ciencia no pueden emanciparse de un fin político, pese a cualquier reserva de orden moral, decidí comprometerme plenamente. Hablé entonces con un amigo del Partido Comunista Mexicano. Llovieron los consejos. Una persona como yo -¿por debilidad innata, exceso de literatura o riego de disidencia?- sólo sería aceptable en los remotos linderos del partido. Junto a ello una basta recomendación de estudios ortodoxos. En la desesperación, sin tanta ignorancia como suponía mi amigo militante, ¿era posible esperar en pullman el estallido? ¿estaba hecho para sentarme en mi cuarto y sólo luchar con ambivalencias? “El caso”, después, sólo fue comprendido por José Revueltas. Ni para él ni para mí la prudencia era el signo”.
¿Por quién sino por José Revueltas podría haber sido tentado Turón? Revueltas hechicero de jóvenes, absolutamente hechicero. dice Turón, porque no dividía la conciencia en comportamiento táctico de mercader o de estadista. Su imprudencia atraía a los imprudentes. En su poema “Ideología” sintetiza grandes verdades: La gran puta del Estado oculta la palabra. Barbullan las bocinas y las leyes prohíben el amor, se mofan de los puños cuando el viento, sumiso, en círculos de ahorcado patalea. Perfiles perforados de los éxodos. Conquistan la igualdad los asesinos.
Crucificciones, es el poemario en el que Turón se nos descubre de palabra, el ejemplo moral, pero no de una moralidad ñoña y mojigata, sino de una ética que sólo se da en plena libertad: Dentro de mí prédica un hombre fiel, lógico y prudente, de fácil compañía. Hostia de afirmación que legitima el crimen. Pero a mi lado avanza otro hombre, silenciosa estridencia, adversario del día que se entrega al señor, ilógica y apátrida. Géminis soy. Ignora la palabra extranjero.
¿Por qué menguar mi vida? pocos hombres alanzan la renuncia del viento. Amar como yo amo es comer a hurtadillas, lejos de los voraces. Sólo tiene sentido la vida cuando escondo las manos.
Carlos Eduardo Turón, hombre de su siglo, humanista, en un mundo de pobres diablos “donde la represión rompe cabezas y testículos” y en el que día a día se palpa la muerte, el miedo; aprendió de Revueltas a abolir el temor de ser bien o mal interpretado, ya que ambos conocieron el juicio de los cleros: “Después de Revueltas no acepto otro juez sino la maldita conciencia, el eudemón que nos une a los demás y que, si por medio instante nos aparta de ellos, ya no es conciencia, eudemón, y solo encarna la orden inapelable de los jefes de uno u otro clero”.
“Titzio”, es un libro que solo incluye el poema que le da título, y se escribe en la tradición de las obras magnas, que por su delicadeza bien pueden estar al lado de lo mejor de Jaime Sabines. Titzio, canto de tono épico que se entona para festejar la caída del agua que el río Cupatitzio lleva hacia el mar, y en el que la metáfora no atañe a los referentes del mundo real ni al universo doxístico de los mundos posibles, tiene que ver más bien con la experiencia interior del poeta. La poesía en este texto contenida es una alocución que discurre en los versos como una forma superior del recordar, de recuperar el “tiempo perdido”, lleno de manera plena de las cosas hacia el río de la lengua, Titzio, río de aguas negras, azules, plateadas; y riberas rojizas y ocres cubiertas por la hojarasca del liquidámbar en otoño.
Como el universo, el poema se contrae y expande, desplegándose en las palabras que a su vez se desgranan en silabas claras, claridad del río al correr hacia el mar, sonoro y flexible entre los árboles y las rocas, y que por su sonoridad nos recuerda los mundos sinfónicos de las obras de Jorge Reyes.
La búsqueda de este “tiempo perdido”, de esta nostalgia del nombre puro, del nombre como la estructura transparente del objeto pleno, como una espiga clásica, se ensaya en la diferenciación de los frutos más livianos del habla, como flores encendidas por su estructura linfática; con esa teoría del peso de las cosas en la balanza del idioma, donde los valores no son de economía o precisión, sino de identificación, alimentando el diccionario de la poesía de las cosas, de donde brota el hilo de la memoria anudada por el habla.
“Quehaceres del amante”, el último de los libros de Carlos Eduardo Turón publicado cuando aún vivía, reúne la poesía amorosa, escrita como las notas de una agenda de las cuales la persona amada tendrá la clave, y no solo ésta sino también quien se arriesga a leer esta poesía no recomendable, y de manera cómplice compartir la experiencia de amar como la única posibilidad de salvación y arma contra la multitud de enemigos que nos acechan:
Un día me regalaste una flor de montaña, estrella de algodón que dan las rocas altas. Así marqué una página que maldecía con soles las tenebrosas, bíblicas leyes. Imposible apartar la luz, dejar impunes las frases de la muerte si retenían tus ojos un viento de abedules.
Todo pasó. Nadie puede evitar el viaje de los hombres. Desaparece el mundo cuando se cierra el mar. Adivino que vivir es desear al margen de los sueños. Los años me duelen, duelen porque ha acabado el viento que guiñaba tus ojos limpios recién llegados de los Alpes.
A decir de algunos críticos como Manuel Mejía Valera, la poesía de Turón es una defensa de la civilización; los insólitos poemas de amor de los “Quehaceres del Amante”, se entroncan con la tradición lírica provenzal del Arcipreste de Hita y más cercano a nosotros con la poética amorosa inscrita en la línea de Xavier Villaurrutia y Elías Nandino, para quienes también el amor era salvación ante la farisáica actitud de los modernos censores.
Sobre esta Piedra, la única novela hasta ahora conocida de Carlos Eduardo Turón, es una obra íntimamente ligada a la tradición de la picaresca española, de Cervantes a Quevedo y a diferencia de los maestros del género, en la obra de Turón no encontramos los largos párrafos moralizantes, con los que el personaje pretende aminorar sus faltas. Aquí, Pedro, el personaje central, la piedra sobre la que Turón construye su historia, pertenece a esa hermandad, especie de orden casi militar, formada por truanes y gente del hampa a los que denominamos “pícaros”. Situada en la ciudad más grande del mundo, la ciudad de México, son grandes los contrastes que permiten a la novela riqueza y movilidad; una interminable variedad de situaciones que llegan a constituir una unidad de conjunto, concentrado en un tipo, el protagonista, individuo de una actividad constante, nunca satisfecho en su afán de correr, un inconformista que nunca se somete a las circunstancias que le rodean, cambia, nada le satisface, no aspira a la quietud. Siempre sirve, pero nunca a un sólo amo, es feliz, es menos esclavo repartiendo su servidumbre.
El estilo directo y el tema, no permiten a Carlos Eduardo Turón, experimentos literarios, la historia es una historia lineal, no hay yuxtaposición de tiempos, y no por ello es menos aportiva a la literatura mexicana; Turón al igual que escritores como Vicente Leñero, Carlos Fuentes y José Revueltas entre otros, con la utilización del habla popular, enriquecen el instrumento por excelencia de la literatura, las palabras.
Las palabras, el lenguaje, son la pluma de Turón, unas veces sobrias, otras de cruda desnudez, la herramienta con la que puede expresar todos los sentimientos, sacando el mejor provecho de toda clase de situaciones y narrar las acciones más diversas. Su visión de los personajes tiene la complejidad y a la vez la simplicidad de la vida misma. Para lectores que tienen por oficio la escritura como José Revueltas, esta gran novela de Turón es “desagradable”, esto quiere decir crítica. “Resuelta de ella todo el mexicano, si se toma en el mal y en el -buen- sentido de la palabra. Desnuda es poco decir, puesto que la envuelve un pudor extraño y una extrema y subyacente ternura. Creo firmemente que Turón inaugura en la literatura de nuestro país, los monstruos inadvertidos, hay, quizá los monstruos que tienen piel de espanto y alma de ángel”.
La novela de Turón, es una novela bajo el influjo y la embriaguez de George Bataille, áspera y desnuda, que siempre será recomendable su lectura en el día; en ella hay un pequeño “Dios” que juega, primero nos da de bofetadas y luego nos acaricia. La lectura de este libro exige del lector un esfuerzo, debe uno resistirse a la barbarie. “Situarse bajo el árbol donde algún arapiento ser nos dice cosas de amor, de desesperación, de indolencia cándida y de ferocidad enloquecida y dulce”. Pícaro que sufre, monstruo hallado, ángel desnudo, llagas que en cuanto te tocan comienzas a sangrar.

Luis Ortiz Arias (+). El autor había preparado este trabajo literario sobre Carlos Eduardo Turón para referirse a uno de los talentos literarios más importantes de Uruapan, texto facilitado a “Tiempo de Michoacán” para su publicación. Selección de contenido: Sergio Ramos Chávez. Cronista de la Ciudad.

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