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A cinco décadas de su muerte: Manuel Pérez Coronado, huella imperecedera

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Fue un enamorado de la naturaleza: de su Cupatitzio, de las huertas de Uruapan y Ziracuaretiro, de la meseta tarasca, del Río de las Balsas y de la Playa Azul, de la Costa Chica de Guerrero, y nadie como él nos entregó trementes de vida, azoro y color de esos paisajes.
M. P. C. no sólo pintó cuadros, sino que incursionó con éxito en el muralismo. En Taretan pintó con el tema “Cárdenas y los niños”, así como otros murales en la Presidencia Municipal de Apatzingán, y en Carácuaro con el tema de Morelos.
Conoció casi todo el país, y viajó por el extranjero: Francia, Italia, Inglaterra y España; también visitó el primer país socialista de América y Estados Unidos; viajes todos de estudio y trabajo, de observación y aprendizaje permanentes.
Uno de los aspectos menos conocidos de don Manuel es como escritor, y qué bien lo hacía, tanto en verso como en prosa. Fundó y dirigió periódicos, como “Avance”, publicó numerosas hojas sueltas e ingeniosas “Calaveras”. En “Elite” y en la revista “Mensaje” publicó valiosos trabajos sobre problemas de arte y educación estética. Especial referencia merece en este renglón su hermoso cuento “Guachito y los Viejitos” profusamente ilustrado por él, (44 grabados) editado por el CREFAL en 1954 y cuya segunda edición realizada acertadamente por el Gobierno del Estado, ha aparecido recientemente, con prólogo de Alfonso Espitia Huerta. Merecido homenaje a Mapeco.
Falleció el 30 diciembre de 1970 en Celaya, Guanajuato. Su cuerpo fue trasladado a su amado terruño y fue velado en uno de los corredores de la Huatápera: el hospital construido por Fray Juan de San Miguel mucho antes -afirman historiadores franciscanos- que los que fundara don Vasco de Quiroga. Ahí fieles y miles de michoacanos, sin distingos de clases e ideologías de diferentes regiones del Estado, desfilaron frente al féretro gris, e hicieron guardia cerca de cuarenta horas mientras tocaba la chirimía de uno de los pueblitos de la sierra y se quemaba al mismo tiempo en viejos sahumadores, oloroso copal.
Yo en compañía de algunos amigos y unos cuantos obreros textiles, le hice una guardia al filo de la media noche cuando moría 1970 e iniciaba su trazo, entre silbatos y vuelo de campanas, el nuevo año.
El día 1º de Enero fuimos a depositar -a sembrar su cuerpo en el panteón municipal no lejos de donde reposa el otro gran pintor uruapense, Manuel Ocaranza. Fue imponente el cortejo. A las 5:50 de la tarde bajaron hasta su morada postrera los restos mortales del gran artista y luchador michoacano, mexicano, Manuel Pérez Coronado. Pero antes se leyeron cartas y poemas; una del vate Juventino Herrera. El Profesor Alfonso Espitia Huerta a nombre del Gobierno del Estado leyó sentida oración de exaltación y despedida. El que esto escribe, a nombre propio, de muchos uruapenses y de “Elite” y “La Verdad” dijo unas palabras que hoy se reproducen.
Mucho, mucho podría decirse y (o) gritarse sobre la personalidad y obra de Mapeco. Nosotros ponemos punto final con unas palabras de Sol Arguedas que hacemos nuestras (Siempre, Febrero 3 de 1971):
“Manuel era un pintor que caminaba el camino de la fama de manera distinta: llegando desde de la provincia, firme, seguro, creciendo, desdeñando, el trampolín de los cenáculos capitalinos”. / Texto, Tomás Rico Cano, escritor uruapense.

Referencia: Artículo publicado en el entonces semanario “Visión de Michoacán”, Morelia, 14 de mayo de 1991.

Comparte, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.

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