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Echando un corto paréntesis en mi monótona vida y acompañado de mi buen amigo P. Pino (Sr. José María Franco) y de varias personas de mi familia, fuime a pasar la bulla carnavalesca a la ciudad de las flores, al paraíso de Michoacán (1), en el Martes del Carnaval.
Y en verdad que debe llamarse así la pintoresca cuna del malogrado Manuel Ocaranza, la ciudad de los encantados y magníficos horizontes, la deliciosa Uruapan.
Sin sacudir el polvo del camino (pero no el de la vida, como dijo el inspirado Peza (2), fuimos a recorrer las principales calles de la ciudad, invadidas a la sazón por una bulliciosa y alegre multitud. Desviándonos luego un poco, tomamos por las calles de la Hortensia (3), hasta llegar al escondido y frondoso sitio en donde su granítico lecho forma el Cupatitzio el nunca bien ponderado Salto de Camela (4).
Es aquello soberanamente hermoso y quien por una sola vez lo mira jamás puede olvidarlo. Nunca el humano lenguaje, ni la paleta del más experto pintor, podrán darnos otra cosa que un pálido reflejo de tan peregrino cuadro. Ensanchase un poco la corriente del río y deslizase majestuosa sobre un plano de ligerísima inclinación; redúcese luego, estrechándose su cauce, y cae precipitado de una mediana altura, dividiéndose una y cien veces en las desigualdades de las rocas, convirtiéndose por completo sus purísimas aguas en copos de espuma de un blancura incomparable. Tan bello espectáculo, y ese decorado a ciertas horas del día con los brillantes colores del iris y en las restantes con mil admirables y débiles cambiantes, resaltando entre ellos el bello azul, un verde ligero, el violeta y un rosa pálido. Es aquello a manera de un ópalo gigantesco de movible y palpitante volumen; pero mucho más hermoso, incomparablemente más hermoso. En una palabra, El Salto de Camela es una joya valiosísima, y Uruapan debe enorgullecerse de poseerla.
De allí dirigimos nuestros pasos a la calle de Santiago (5), en donde, instalados sobre cómodos asientos vimos el tumultuoso desfile de los toritos, de las máscaras y de los numerosos jinetes que, como es allí costumbre en tal día, salen a lucirse: quien sobre un soberbio corcel ricamente enjaezado, quien sobre un molesto y pesado trotón, y quien, por último, sobre un mal ensillado y no muy envidiable penco. Allí fue entonces el quebrar de millares de cascarones, el embestir de los fingidos toros, las risas y la algarabía estrepitosa y todo aquello por lo cual nada bueno se dice del segundo mes del año.
En tales regocijos pasáronse las últimas horas de la tarde del martes. Por la noche nos encaminamos al teatro. (5)
Prolongándose hasta el miércoles la fiesta del carnaval: hubo toros en el Barrio de la Trinidad; toros de carne y hueso; máscaras, cascarones y demás cosas. Divertímonos un poco notando el risible contraste que formaban las encenizadas frentes de algunas gentes devotas con las cabezas llenas de agasajos de otras. Tal es el mundo.
Ni el reposado P. Pino ni el Sr. Ego, pudimos salir ilesos en tal desastre. Una simpática niña -Jacobita Rodríguez- con su característica amabilidad, pidiónos permiso de deshacer sobre nuestra cabeza un coqueto cascarón, y (…) ¿Quién pudo negárselo?
A las tres de la tarde del día siguiente estábamos de regreso en nuestra azucarera villa (6).
Manuel García Rojas, escritor michoacano.
Notas:
1 El Viaje del literato oriundo de Taretan a nuestra ciudad fue entre los años de 1895 y 1900.
2 Poeta Juan de Dios Peza.
3 Hoy Calle Juan Ayala.
4 Se ubicaba alrededor de donde está el puente de 20 de Noviembre.
4 Hoy Calle Emilio Carranza.
6 Se refiere al Teatro Juárez, situado en la esquina de Madero y 20 de Noviembre.
7 Taretan, Michoacán
Referencia: Ruiz, Eduardo. “Biografía, Un Idilio a través de la guerra, Album de Uruapan” Tomo III, Balsal Editores, Morelia, 1987.
Notas, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.
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