En la esquina
Columna
Por Cuauhtémoc Barajas
Ni a usted ni a nadie le preocupa la violencia contra las mujeres. Seguramente esta frase es falsa porque la cifra real es: de cada tres hombres en México, dos ejercen violencia contra alguna mujer, generalmente su pareja, sus hijas, su madre o sus hermanas. Es decir, uno de ellos está potencialmente preo-cupado por ellas. Pero es insuficiente.
A la Organización de las Naciones Unidas, la ONU, de quien tal vez usted no piense del todo favorablemente o bien, ignore que es la principal promotora de los derechos humanos en el mundo, ha aportado cifras escalofriantes sobre la violencia contra las mujeres y las niñas, de la cual dice que es “una de las violaciones de los derechos humanos más extendidas, persistentes y devastadoras del mundo”.
Y si para creer quiere datos duros, irrebatibles, la ONU los aporta: “según los datos… recolectados entre 2005 y 2019, el 19% de las mujeres de entre 15 y 49 años dijo que había experimentado violencia física o sexual, o ambas, a manos de su pareja en los 12 meses anteriores a ser preguntadas sobre este asunto. En 2012, casi la mitad de las mujeres víctimas de un homicidio intencional en todo el mundo fueron asesinadas por su pareja o un familiar, en comparación con 6% de los varones”.
Para México, los datos de la ONU también son aterradores: seis de cada 10 agresiones ocurridas en la calle en contra de las mujeres son de caracter sexual, y al menos siete mujeres son asesinadas cada día en el país. Además, seis de cada 10 niñas y adolescentes han sufrido al menos una forma de castigo sicológico o físico en sus hogares. Las principales causas de estas formas de violencia son los estereotipos de género, la cultura machista, la normalización y la naturalización de la violencia, y la minimización de su impacto.
El problema de fondo es, por supuesto, multicausal. Esto quiere decir que es generado por múltiples condiciones, como las tradiciones culturales determinadas por el control patriarcal de una sociedad que genera, por su misma esencia, desigualdades profundas, que se desarrolla de una manera combinada en lo económico, que facilita la apropiación del producto del trabajo en pocas manos y que es, por resultado, inequitativa.
Además, históricamente la mujer fue la primera esclava de la humanidad, condición de la que a duras penas se ha estado liberando. Para remate, las instituciones sociales que aun ahora nos rigen nacieron adaptadas al dominio del hombre. Por eso es que el concepto feminicidio es tan criticado aun por una sociedad machista que no logra tomarlo en serio. Tan es así que el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que se celebra cada 25 de noviembre, ha pasado casi inadvertido tanto en la esfera política como en la sociedad civil, salvo para algunos grupos de activistas con la consciencia de su importancia.
Los “Días Internacionales” sirven para sensibilizar, concientizar, llamar la atención, señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente en las sociedades para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes. Pero parece que ni les exigimos a nuestros representantes programas y presupuesto, ni hacemos en lo individual algo útil por las mujeres. También podríamos hacer una labor individual de apoyar a las víctimas que conocemos (siempre sabemos de por lo menos una mujer agredida) y acompañarla ya sea en el análisis de su situación, en la información de las posibilidades de resolución o en la denuncia ante las autoridades.
O bien en la difusión de las iniciativas de las organizaciones que tienen programas para las víctimas.
Y por supuesto, en la exigencia a los gobiernos para que tomen en serio este problema que nos afecta a todos en realidad. Pero tal vez no hagamos nada porque, en el fondo, ni a usted ni a nadie le preocupa la violencia contra las mujeres.
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