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Hay ciertas imágenes que pueblan nuestros sueños: Muchas parecen inverosímiles

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Soñar es un ejercicio necesario del cuerpo. Las partes dialogan y se conectan con información nueva. También reciclan. Hay respuestas. Y una nueva forma de interactuar. Podemos volar, por ejemplo. Eso significa que estamos atados a otras leyes físicas. No hay un solo escenario donde nos ocurren las cosas. Los escenarios cambian al ritmo de las preocupaciones y los deseos. Descubrimos que la voluntad transforma la realidad en forma vertiginosa. Y todo significa algo. Nos hablamos. Nos decimos. Pero en otros mundos. Aunque siempre somos nosotros olvidando, recordando y actuando.
Los tibetanos de la antigua tradición Bon sugieren explorar con nuestra imaginación e ir cada vez más allá. La propuesta es hacer lo imposible, romper con todos los límites posibles. Mediante esta práctica obtendremos una amplia flexibilidad. Esa es la meta inmediata. Trascribo fragmentos del libro “El Yoga de los sueños”, de Tenzin Wangyal Rinpoche, que lo explica claramente (parece un poco largo pero es un gran aporte práctico. Pocas veces se encuentra información con este punto de vista. Merece lectura):
“Lo más importante es que en los sueños podemos desafiar y superar las limitaciones de la mente; al hacerlo, desarrollamos la flexibilidad mental, lo que es de gran importancia.
¿Por qué es tan importante la flexibilidad mental? Porque las rigideces de la mente, las ataduras que nos imponen las perspectivas incorrectas al oscurecer la sabiduría y limitar la experiencia, nos mantienen atrapados en identidades ilusorias y nos impiden ser libres. Para progresar en el camino espiritual debemos disminuir la ambición y la aversión hasta que podamos penetrar en la base misma de la ignorancia y descubrir así la sabiduría que se encuentra tras ella. La flexibilidad de la mente es la capacidad que, una vez desarrollada, nos permite ir más allá de la ambición y la aversión; nos permite ver las cosas de una nueva manera y responder a ellas en forma positiva, en lugar de ser llevados ciegamente por las reacciones habituales. A nosotros nos falta esa flexibilidad porque no entendemos que cualquier cosa que aparezca en nuestra conciencia es sólo el reflejo de nuestra propia mente.
En los sueños lúcidos practicamos la transformación de cualquier cosa que se presente. Cualquier límite de la experiencia puede romperse durante el sueño: podemos hacer cualquier cosa que se nos ocurra. A medida que rompemos las limitaciones habituales de la experiencia, la mente se vuelve más ágil y flexible. Primero desarrollamos la lucidez, luego la flexibilidad y posteriormente aplicamos esa flexibilidad mental a toda nuestra vida. Cuando a través de la experiencia reconocemos que nuestras percepciones habituales son relativas y maleables, no nos vemos tan restringidos por ellas. Tampoco nos inhiben tanto nuestras identidades habituales cuando tenemos la experiencia de transformarlas y dejarlas ir.
De la misma manera en que podemos transformar las imágenes en los sueños, podemos también transformar nuestros estados emocionales y las limitaciones conceptuales en la vida de vigilia. Cuando podemos sentir que la naturaleza de nuestra experiencia es maleable y parecida a los sueños, podemos transformar la depresión en felicidad, el miedo en valor, el enojo en amor, la desesperanza en fe, la distracción en presencia. Podemos transformar aquello que es poco sano en algo saludable, lo que es oscuro podemos volverlo luminoso, lo que es sólido y limitante podemos modificarlo para que sea vasto y abierto. Hay que desafiar los límites que nos restringen. El propósito de esas prácticas es integrar la lucidez y la flexibilidad en cada momento de nuestra vida, así como abandonar la pesadez y el condicionamiento que implica nuestra manera de ordenar la realidad, de otorgarle significado y de dejarnos atrapar por la ilusión.
Una vez que hemos logrado desarrollar lucidez, las enseñanzas sugieren que hagamos muchas cosas durante los sueños. El primer paso para desarrollar flexibilidad tanto en los sueños como en la vida diaria es reconocer el potencial para lograrlo. En la medida que consideremos reales las posibilidades que las enseñanzas sugieren, la mente las incorporará en su potencial y empezaremos a ser capaces de tener experiencias que ni siquiera habíamos imaginado anteriormente.
La práctica del soñar trabaja con este hecho, las enseñanzas nos presentan ideas y posibilidades nuevas, así como las herramientas para ponerlas en práctica; de nosotros depende que éstas se manifiesten tanto en los sueños como en la vida diaria.
Por ejemplo, las enseñanzas mencionan que podemos multiplicar las cosas cuando estamos soñando. Tal vez soñemos con tres flores, pero como nos damos cuenta de que estamos en un sueño y que éste es flexible, podemos, si lo deseamos, hacer que aparezcan cientos o miles de flores, toda una lluvia de flores. Pero primero tenemos que saber que esa posibilidad existe; si no sabemos que la opción de multiplicar objetos está allí, entonces dicha opción no existe para nosotros.
La lucidez da mayor luz a la mente conceptual y, al ejercitar la flexibilidad, se aflojan los nudos de condicionamiento que la restringen. En virtud de que estamos condicionados por las entidades aparentemente sólidas con las que nos encontramos, éstas deben transformarse en nuestra experiencia, en algo luminoso y transparente. En virtud de que estamos condicionados por la aparente solidez de los pensamientos, éstos deben disolverse en la infinita libertad de la mente.
Esta misma flexibilidad y control tiene que llevarse, además, a la vida diaria, no para volar, sino para entender que la naturaleza de la experiencia es la de una creación de la mente y para vivenciar la libertad que implica dicha comprensión. En lugar de ser controlado por los sentimientos o permanecer atorado en una pesadilla, en un sueño perpetuamente cambiante o incluso en una fantasía placentera, cambia la historia en la que participas, cámbiate a ti mismo y realiza lo verdaderamente importante.
No hay ninguna diferencia respecto a la vida de vigilia: las huellas kármicas originan los sueños, y nuestras reacciones ante la experiencia crean más huellas kármicas. Esta dinámica funciona durante cualquier sueño. Nos interesa controlar los sueños, en lugar de que éstos nos controlen, así como durante el día es mejor responder conscientemente a las situaciones que ser controlados por los pensamientos y emociones.
Queremos influir en nuestros sueños, queremos que sean más claros e integrados a la práctica, e igualmente queremos estas mismas cualidades en cada momento de nuestra vida. No hay peligro de romper o interrumpir algo importante: lo que rompemos es nuestra ignorancia.” / Alejandro Aguerre.

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