Joaquín Phoenix ha realizado lo imposible. Una simbiosis donde el dolor humillado es hijo de una existencia fantasmal.
«The Joker», es la consecuencia a un mundo injusto. A un triunfalismo victorioso que desecha al diferente. Una causa no noble contra aquel al que hoy inhumanamente llaman looser.
«El Guasón», es un mural dolorido en carcajada oscura al materialismo inclemente de estos tiempos. Un cuadro en carcajada patética siniestra a la patología del ser humano de todos los aconteceres.
«Joker», es un símbolo de defensa ante la injusticia y vejación. Es la revancha del ser doblado. ¿Quieres show Murray? Lo tendrás, parece decir ese arlequín que toma símbolo siniestro a la caricatura lamentable de nuestros tiempos entregados al Dios del dinero, del poder y el reconocimiento. Quien no cumple estos requisitos será un desechable. Un guasón de la derrota.
«Joker», será la consecuencia de tanto sinsentido.
¿Qué le pasa? ¿Por qué se ríe? Pregunta la psiquiatra al atormentado y movido emocional en su claridad Arthur: «Nunca lo entendería», contesta en su texto final trágico el claro y sensible guasón. Una sentencia al mundo de la inteligencia soez y victoriosa. «That’s life», remata contundente en la canción Sinatra, misma que marca el sardónico happy end de la película.
Extraordinario guion y dirección de Todd Phillips. Esta cinta recuerda las grandes cinematografías norteamericanas de los setentas y ochentas: «Taxi Driver», y «Toro Salvaje», de Scorsese o «Rumble Fish», de Coppola. Pero «The Joker», guarda su propia independencia. Situada a principios de los ochentas pero con una contundente confrontación a nuestros días.
Un patético mural a la sociedad humana contemporánea. Una película que adquiere para mí el título de ya clásico cinematográfico del buen quehacer artístico. Ese cine que retorna al respirar de sus secuencias. Sin ediciones desenfrenadas. Al cuidar todo detalle que evoque y que revele. Las atmósferas hablan, descubren realidades calladas. La dirección de actores, una cualidad. Todd Phillips, el director, es actor también. Phoenix encuentra en él una guía maravillosa.
Joaquín Phoenix está espléndido. Pero la película es grande también por sí misma. Uno no es sin la otra y viceversa.
Qué experiencia vivida. El público amante del comer en las salas dejó de hacerlo al ser asaltado por tan tremenda realidad. Eso dice mucho de la energía que proyecta la película. Es la exposición del alma humana apaleada por la insensible realidad. Es aconsejable ver esta gran cinta en pantalla grande y gozar de todas sus virtudes cinematográficas.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
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