Sucesos

Fuera vanidades: Antonio Porchia, escribía ajeno a las cortes literarias, a los elogios y los ataques, a envidias y resentimientos

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CMDX.- Ya es tiempo, es hora de decir adiós a la lírica de efluvios sobre pájaros, ríos, montañas, flores, amores, desamores y adjetivos hipertrofiados de preciosismo, ridículos, afectados, inútiles, fútiles.
Hay otra forma de hacer poesía: Ladies and Gentlemen, he aquí una pista. Leer una página diaria de este libro, por las mañanas, nos dicta de qué va el mundo y la existencia. Su nombre es Antonio Porchia, es de origen ítalo-argentino pero él no es responsable de eso; es un accidente; escribe en español de alto octanaje.
Antonio Porchia nació en la provincia de Catanzaro y pasó su niñez en Avellino, siendo el mayor de siete hijos.
En 1900 muere el padre y la familia decide emigrar hacia Argentina, donde el poeta al frente de la familia trabaja en diversos oficios hasta que en 1918 junto a su hermano Nicolás compran una pequeña imprenta en San Telmo (Buenos Aires) y aprenden el oficio.
Al año siguiente, Antonio Porchia deja la imprenta y compra una casa con un gran jardín en Saavedra (Buenos aires) al tiempo que milita en la Federación Obrera Regional Argentina y colabora en una publicación llamada «La fragua».
Asiduo visitante del barrio de «La boca», donde se alojaban gran cantidad de inmigrantes, hace amistad con pintores y escultores y funda la «Asociación de Arte y Letras Impulso» en 1940.
Edita un libro que llama «Voces» y dona toda primera edición a una sociedad de bibliotecas populares hasta que en 1948 llega a las manos del poeta y crítico francés Roger Caillois, que queda impactado y busca a Antonio Porchia para hacer la traducción de su libro.
En 1949 aparecen varios escritos en la Revista Sur y todos sus honorarios los dona «a algún poeta necesitado», dejando constancia de la humildad y solidaridad que lo acompaño durante toda su vida. En 1950 tiene problemas económicos y vende su casa para trasladarse a otra más pequeña, en el barrio de Olivos, la que habita hasta su muerte. Tiempo después, en un accidente hogareño Antonio Porchia recibió un fuerte golpe en la cabeza y tuvo que ser intervenido, resultando exitosa la operación pero tendría una recaída más tarde que lo llevaría a la muerte.
Ajeno a las cortes literarias, a los elogios y los ataques, a envidias y resentimientos, escribía Porchia, en cuaderno de colegial, sus aforismos. Grata lección de una poesía que al propio poeta le sirve para limpiarse los ojos. Cuando Antonio Porchia afirmó que escribía para sí, simplemente era que se dejaba tomar por la palabra.
Hacer aforismos, o leerlos, quizá sea una de las formas más auténticas y profundas del diálogo con uno mismo; un diálogo crítico, despiadado, irónico, autoparódico.
El aforismo (al margen de lo que dice el diccionario: «sentencia breve y doctrinal que se propone como máxima») busca la contradicción en nuestra propia forma de comprender el mundo; ayuda al escritor (y al lector) a mantenerse con los ojos abiertos.
En ninguna otra forma poética el discurso del silencio posee tanta energía como en el aforismo. La lucidez acaso consista en iluminar zonas inéditas del pensamiento, negando, dudando, descubriendo, y no en un filosofar metodológico. Tal vez sea viajar a fondo en el pensamiento, descorriendo velos que nos ocultan los otros mundos que tiene este mundo: vigilar ante las ausencias que representa la vida. / Juan Barrientos Figueroa.

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