Para 1929 se efectuaron las elecciones presidenciales donde figuraron dos candidatos en busca del puesto de ejecutivo federal para el período 1930-1934.
Por un lado, el michoacano Pascual Ortiz Rubio abanderaba al novel órgano político, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), el que años posteriores cambiaría al nombre de Partido Revolucionario Institucional.
Mientras tanto como candidato independiente estaba José Vasconcelos, quien abanderaba al Partido Anti-reeleccionista.
Michoacán era muy conocido por ambos aspirantes quienes buscaban alcanzar grandes adeptos entre la población. Eran tiempos de elecciones y poco a poco se efectuó la campaña proselitista de los dos candidatos en todo el estado de Michoacán. Decir que el gobierno del general Cárdenas contribuyó para que las actividades se llevaran en un clima de tranquilidad.
La influencia de Vasconcelos, un intelectual y político oaxaqueño, rebasó la simpatía entre los pobladores de Michoacán, sobre su contrincante, Ortiz Rubio.
En ese año, los mítines y encuentros estaban en pleno apogeo y el ex ministro de Educación Pública arribó a tierras tarascas en busca del voto ciudadano, respaldado por jóvenes estudiantes y muchos habitantes que veían en este aspirante una alternativa político-ideológica liberal diferente a la que ofrecía el Ortiz Rubio, apoyado por el jefe supremo Plutarco Elías Calles.
Aquí en Michoacán, el entonces jovencito Victoriano Anguiano, quien luego fuera rector nicolaita, se convirtió en uno de la máximos activistas que impulsaron la campaña de Vasconcelos en la Región de Uruapan, en donde el autor de «Ulises Criollo» tenía gran filiación, apoyado de contingentes de capas empleados, obreros, algunos profesionistas y comerciantes en pequeño.
Anguiano, tipo de raza indígena, activo y fácil de palabra, hizo un buen trabajo en Uruapan en pro de Vasconcelos. Se puede decir que el nativo de San Juan Parangaricutiro, fue el principal organizador de la visita de la comunidad vasconcelista y sus simpatizantes.
Cabe agregar que, el itinerario general del intelectual fue: La Piedad, Zamora, Morelia y por último Uruapan.
En la ciudad del Cupatitzio, el aspirante, llegó con el respaldo de muchos afiliados al PAR y fue bien recibido por su pobladores con gran interés. Todos querían conocer y escuchar al candidato.
Una vez en el centro de la población, los del Antirreleccionista abarrotaron la Plaza «Benito Juárez», hoy parte de la Plaza Monumental “Morelos”.
En esa ocasión, a sabiendas que era un tiempo de política difícil, estando en Uruapan al catedrático Vasconcelos se le acusó de hallarse en mezclado en la revuelta de agitadores suscitada unos días antes en Guadalajara, lo que supuestamente afectaba intereses extranjeros de índole político. Aunque en realidad él fue el que había sido el afectado.
Se tienen evidencias que, de trasmano, los opositores le enviaron hasta el vergel michoacano un mensaje ofreciéndole abiertamente -como más tarde habría de hacerlo Morrow, el embajador americano, quien tenía influencia en México- un puesto importante dentro del gobierno oficial, no sabiendo que las convicciones del «Revolucionario Eterno», llamado así por la bella artista Antonieta Rivas Mercado, eran otras.
Cabe destacar que, en esa ocasión en Uruapan se dieron cita la crema y nata de intelectuales del momento, seguidores del proyecto vasconcelista.
Acompañaron al oaxaqueño los jóvenes: Salvador Aceves, Andrés Henestrosa, Salvador Azuela, Adalberto Cabello, José María Mendoza Pardo, Mauricio y Vicente Magdaleno, Adalberto Caballero y otros filiales al PAR.
A continuación por el interés que tiene para la historia de Uruapan, trascribimos totalmente el testimonio del mismo Vasconcelos a su paso por nuestras tierras:
“Salí con Ahuamada, con Anguiano y no sé quiénes más, para Uruapan. Nos aconsejaron que no nos detuviéramos en Pátzcuaro, porque allí el caciquismo era absoluto, la opresión irrompible, fue un alivio bajar hacia Uruapan, esa si es tierra sabrosa. Se halla a buena altura, lo que permite disfrutar el calor. La vegetación vuelve a ser exuberante. La gente es más abierta, que en la meseta. Las huertas son pedazos de paraíso. El chocolate, que en el mercado (1) venden en jícaras, es aromático y sabe a delicia. El café caracolillo de la región lo sirven en pozuelos con asientos a la turca. Y, además, nos otorgaron recepción decente, vigorosa, con música y gentío. Un sólido club quedó instalado en seguida y citamos a conferencia pública.
Me disponía a presentarme en el escenario, tras de la presentación que hizo Victoriano Anguiano, cuando se nos comunicó el parte oficial de sublevación militar en Coahuila, capitaneado por Escobar, el matador de Gómez, y no sé cuántos más. Sumados al movimiento de hallaban, prácticamente, todos los obregonistas con su candidato Valenzuela. Hice mi plática y al final advertí, de un modo un tanto humorístico: «Ya comenzó, en el norte, una rebelión, pero esa no es la buena; se trata de una disputa de militares callistas, contra militares obregonistas. Revolución es la que el pueblo tendrá que hacer después de las elecciones, si no se tendrá que hacer después de las elecciones, si no se respeta el voto. Y recomendé que no se interrumpieran los trabajos electorales, que no se participase en la confusión de una lucha armada, sin banderas.
Al día siguiente me vieron los corresponsables en el hotel de Uruapan (2) y confirmé dichas declaraciones, recomendé que se apoyara al gobierno de Portes Gil que, con todos sus defectos, representaban un puente hacia la legalidad que crearían las elecciones. Además, reconocí, existía un compromiso tácito entre nosotros y el gobierno, desde el momento que lo acatamos al estar desarrollando la campaña electoral. Y no seríamos desleales a ese pacto, no actuaríamos como conspiradores, aunque el gobierno procediese con felonía” (3).
Cabe incluir dos aspectos más de sobre su gira por Uruapan y el panorama político que se vivía: una nota de Alfonso Tarasena y un texto que se halla en la obra de Jhohn Skirius:
La primera referencia, nos dice que estando en el vergel michoacano, señala que Vasconcelos en Uruapan, (hoy) el día 5 de Marzo de 1929 había condenado la rebelión militar que se ha suscitado en estos últimos días, “porque afirma que de ella no puede surgir sino un nuevo caudillo y viene a interrumpir los trabajos democráticos, que son la única esperanza de resolver el problema presidencial. Alguno de los estudiantes que lo acompañan, ante la posibilidad de que los infidentes triunfen, pone mala cara a esta resolución y reprocha al candidato lo que él llama una ligereza que piensa no se compagina con la actitud decidida de políticos para él más práctico, como el General Antonio I. Villarreal y el Lic. Gilberto Valenzuela».
Por su parte, Jhohn Skirius afirmaba que un agente secreto visitó a Vasconcelos en Morelia para advertirle de una inminente rebelión militar en el noreste de México contra el gobierno callista, dirigida por obregonistas y jefes del ejército desafectos. Se apremiaba a Vasconcelos a que se uniera al golpe militar. “En lugar de ir hacia el norte, buscó un refugio (Uruapan) y abordó un tren que iba hacía el oeste, lleno de indios sentados en bancos de madera. Sobre su estrecha vía el tren empezó a bajar de las tierras altas y frescas del centro al semitropical Uruapan. Lo acompañaba un indio rico (Victoriano Anguiano) de dieciséis años de edad que lanzaba a Vasconcelos discursos bilingües: En parte en español y en parte en tarasco, la lengua indígena local”.
Acto seguido, abunda que “durante el viaje, en tren Vasconcelos tuvo tiempo de reflexionar en la desigual recepción que le habían dado en las tierras altas de Guanajuato y Michoacán. Acababa de escribir un artículo periodístico donde se explicaba la apatía aparente a través de la geografía. La altitud, el aire enrarecido, cansaban al organismo humano y provocaban la «Altiplanitis» (la enfermedad mexicana). Era tal el dogmatismo de nuestro filósofo que no había mencionado la pobreza, el temor a la represión, la falta de organización o el escepticismo como razones posibles de la irregular asistencia a las conferencias en el altiplano”.
“Se sentía aliviado al bajar hasta Uruapan, a respirar el aire cálido y la vegetación lujuriante, cuyos frutos podían casi cogerse con la mano desde la ventanilla del tren, que traqueteaba lentamente. La gente en aquel clima más caliente de Uruapan parecía más animada. La música que lo acogía a su llegada agitó su espíritu impresionable. Su infatuación por los trópicos, ya evidente en su ensayo La Raza Cósmica, se inflamó nuevamente (4)».
Como sabemos José Vasconcelos nunca llegó al poder. Al final de las elecciones de noviembre del año 29; el día 28 de ese mes el Congreso de la Unión declaró presidente electo de México al michoacano para los siguientes cuatro años.
Por su parte, el intelectual oaxaqueño decepcionado por la forma en que le había sido arrebatado el triunfo, acusando un fraude electoral no admitido por las instancias electorales y considerando que los resultados oficiales fueron exagerados e intolerantes, por ello decidió abandonar el país dejando un tiempo en el desamparo a sus fieles seguidores.
Días después de lo aprobado por los legisladores, un partidario vasconcelista, Daniel Flores para ser exactos disparó sobre Ortiz Rubio, en pleno Palacio Nacional, hiriéndolo levemente. Unos meses más tarde, Ortiz Rubio presentaría su renuncia irrevocable. La historia emanada de la revolución debía seguir con nuevos episodios.
Notas:
1.- Dicho mercado se llamó Fray Juan de San Miguel, fue el primer mercado público, estaba localizado en donde ahora se ubica el kiosco nuevo, duró siete décadas en servicio, hasta 1952.
2.- Se Hospedó en el Hotel Progreso, situado en la calle 5 de Febrero, antiguamente Calle Unión.
- De: Vasconcelos, José, «El Proconsulado», Ediciones Botas, México 1939.
4.- Tomado de “José Vasconcelos y la Cruzada de 1929”, John Skirius, Siglo XXI Editores, México, 1978.
Bibliografía:
-Azuela, Salvador. “La Aventura Vasconcelista, 1929”, Primera Edición, Editorial Diana, México, 1980.
-Rivas Mercado, Antonieta. “La Antorcha”, México, 1931.
-“José Vasconcelos y la Universidad”, Textos de Humanidades, UNAM, México, 1983.
Texto: Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.
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