Torreón, Coahuila: Sí, bien que lo recuerdo, era un Noviembre de apenas un sentir de frío de 1975 en La Laguna.
Ese día por la tarde me vi con mis dos amigos de la secundaria: El buen Jorge Berumen y el querido Marco Antonio Ontiveros. Nos vimos en esa colonia hermosa llamada: Torreón Jardín. Ahí vivía Marco, la calle Begonias. Reíamos afuera de su casa, sentados en la banqueta. Estábamos aburridones y en la desidia absoluta del sólo dejar correr las manecillas del reloj. «Vamos a ver el concurso de la OTI», les dije. Ante la falta de diversión, accedieron mis amigos. Nos fuimos a una tiendita de la esquina, «El BB Frío», y compramos papas, pinguinos, cocas. Lo más sano de la alimentación para nuestros catorce años.
El concurso comenzó. Reíamos y escuchábamos las canciones, «Pinche canción tan fea», o «Esa no está gacha», eran los comentarios sesudos que vertíamos. Hasta que anunciaron la décimo sexta canción: País México, canción «La felicidad», autor Felipe Gil, arreglos y dirección Chucho Ferrer, intérprete Gualberto Castro.
El «Gualas» se presentó con un pantalón negro, camisa negra, saco mamey.Se escucharon unos acordes de guitarra seguidos de unos violines y la voz de Gualberto: «Quién hizo los muros y no construyó los puentes, me sobran palabras que nadie comprende». Había una sentencia en la canción que me capturó: «Quién tiene más miedo, el niño que teme la noche o el hombre ignorante que teme a su suerte». Quién sabe por qué, a lo mejor ya anticipaba mi futura intensidad a la vida.
Mis cuates y yo estábamos metidos en la interpretación de Gualberto. El bajaba, subía, entraba al medio tono con su maravillosa voz. Un mago de la misma. La canción era intensa, los coros vivos, la dirección orquestal esplendorosa bajó la batuta del elocuente Chucho Ferrer, vestido todo en blanco, su rizado afro, no se movía, su cuerpo era una extensión de la emoción viva que sentía al dirigir.
La canción terminó en un largo de voz del «Gualas» de ensueño: «Por esta vida que es la mar». Venía el suspenso de las votaciones. El televisor blanco y negro en la sala del buen Marco vibraba, ya habíamos agotado papitas, pinguinos y cocas, estábamos nerviosos. Un conductor de acento caribeño, bien que lo recuerdo. La sede del concurso era en San Juan Puerto Rico. Las votaciones estaban cerradas, España y México se disputaban el primer lugar. Aún recuerdo que Brasil emitió el último voto. «Se lo va a dar a México», dije, «Los brasileños nos quieren un chingo» ; y así fue: voto para México. «País ganador México», dijo el caribeño locutor. Saltamos literalmente de gusto, nos abrazábamos, sonreíamos de felicidad como la triunfadora canción.
Gualberto volvió a cantarla. Caían flores al escenario. Quizá nosotros queríamos llorar de alegría pero nos aguantábamos, éramos machitos del norte y eso no era de gallos. Pero por dentro sentíamos que la felicidad era una forma en libertad de navegar.
Ayer (27 de Junio de 2019) día en que murió el gran Gualberto Castro, recordé esa tarde de ocio que se volvió memorable con mis dos amigos. Aquellas risas, esos comentarios propios de aquellos batos de Torreón, ese salto de contento festejando el triunfo de México y de «El Gualas». Éramos sólo unos chavalillos de catorce años.
Sí, Gualberto Castro y su felicidad me recordó a mi Torreón. Aún a la fecha recuerdo esa canción y sí, mi intuición no se equivocaba al sorprenderse con esas lineas: «Quién tiene más miedo, el niño que teme la noche o el hombre ignorante que teme su suerte».
Aquel televisor blanco y negro se apagó. Nos dimos un abrazo. Estábamos con el contento vivo adolescente. Tomamos rumbo a nuestras respectivas casas. Yo aún vibraba en mi cabeza con el estribillo: «La felicidad es una forma de navegar por esta vida que es la mar», y que chingón cantaba Gualberto, pensaba en el total contento de la noche.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
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