Ayer oyendo música de Oaxaca y comiendo esas delicias de la comida regional del estado te recordé como estribillo de tambor y de flauta traversa femenina.
Adolescencia de estadía en capital mixteca-zapoteca me llenas de recuerdos vivos de presente.
Como olvidar ese canto de raíz indígena, esa piel morena del indio en encajes de manteles, bordado mágico del tejer de un sortilegio.
Esas calles de colonial bañado en azul añil de tus tardes, ese Santo Domingo de tu iglesia con retablo de oro que por momentos hace cerrar los párpados ante tanta magnitud. Esa tu plaza central con kiosko de alborada matizado por instrumento de la orquesta, ese mezcal del mediodía en tus portales con el cacahuate de tersa cáscara apiñonada.
Aún recuerdo esos manjares de comidas majestuosas: esas tus tlayudas, tus enmoladas con tasajo, tu mole negro con pechuga y tortillas del comal, ese molito amarillo de la fonda de «La Abuela» en el mercado o ese quesillo de Etla con chorizo, la cecina adobada y en la mañana el chocolate con pancito de yema. Dios te guiña el ojo deseando buen provecho.
Oaxaca aún vivo tus calles matizadas con música de viento de las bandas, tu historia recia del indio Juárez y el militar presidente perpetuo Díaz Mori, binomio político de polémica grandeza mexicana.
Aún mi retina tiene el eco del embrujo al ver tu teatro en herradura «Macedonio Alcalá».
¡Ah Oaxaca¡ vive y resuena tu Guelaguetza de ofrenda y de mercado, tus danzas al viento de los dioses, tus cantos de melancolía llenos de mixteca.
Pero lo que nunca olvidaré será esa indígena en mercado amamantando a su niño. Era un cuadro de Rivera, Covarrubias o un torrencial de sangre sublime surgido de Toledo. Esa imagen siempre será México para mi. Ver, vivir Oaxaca, fue vibrar orgánicamente a mi país. Fue respirar el horizonte en lontananza de esa tierra llena de pasado, de honda y sabia raíz prehispánica.
Oaxaca, Oaxaca, déjame una vez más nadar desnudo por tus playas huatulqueñas, déjame unirme contigo en la vaguedad nocturna de tu cosmos y déjame ser un niño adolescente por tus calles solariegas de tus barrios.
Me voy aun oyendo tus sones de ecos de tus bandas, soy un preso de tus cantos y murmullos, me voy recordando que un día tuve dieciséis años por tus cielos y que nunca volví, hoy en este presente hago un canto de pasado hacia un futuro próximo de encuentro.
Gracias Oaxaca por llenarme de tu luz de música de viento, y por tus ensortijados recuerdos que son como un estambre de greca de ese tu Mitla y Monte Albán tan zapoteco.
Raúl Adalid Sainz, Cd de México Tenochtitlan.
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