«Acaricia mi ensueño del suave murmullo de tu suspirar…».
Sí, siempre me parece ver a mi padre cuando me topo con Carlitos. Así le decía mi viejo a ese que llamaban: «El zorzal criollo». En efecto, Carlitos era una ave de armonioso trinar. Llegaba al alma de esos que adoraban el tango. De esos que sentían besar el dulce néctar de los labios, de esos que caminaban la vida acompañados por una niebla del riachuelo de Buenos Aires.
Me acostumbré a ver a Gardel diario en mi casa. Mi padre lo tenía en su estudio en un cuadro. Gardel vestido de gaucho en una fogata nocturna acompañado de una guitarra. La gran sonrisa de Gardel magnetizaba la imagen. Tipo con carisma. La imagen masculina me llegó como una calca de Gardel. Mi padre se peinaba como él. Usaba gomina y se ponía gaznés. Escuchaba con un cogñac sus tangos en silencio. El sentido del oído se me acostumbró muy niño oyendo el acento bonaerense. Para mí «Volver», «El Día que me Quieras», «Cafetín de Buenos Aires», eran parte de mi comulgar con la existencia.
Mi viejo viajaba con regularidad a Buenos Aires. La visita con un clavel al «Panteón de Chacarita», para ver a Carlitos era obligada. Era el tributo a una época, a su tiempo, al cantante que le ponía nombre a sus sentires. Las veces que más felices vi a mis padres era cuando ejecutaban un tango acompañados del baile. Se entendían. Lo gozaban. Hacían el amor en danza, imaginando que Carlitos los enamoraba.
Aún recuerdo a mi padre un día que vio una película que lo emocionó: «Perfume de Mujer», con Al Pacino. «Tienes que verla», me dijo entusiasmado, «Tu actor consentido Al Pacino hace un escenón bailando tango». Al ver la cinta me impresioné. El gran Pacino bailaba como Dios «Por una Cabeza» del inmenso Gardel.
«Carlitos se gastaba la plata con los amigos, sabía que le sacaban el dinero pero así era feliz, adoraba a sus cuates», aún me parece oír al viejo animado oyendo un tango y contándome anécdotas del gran Gardel.
Sí, a mí la vida me arrulló en tango desde muy pequeño, desde muy «pibe», dicho así en lunfardo bonaerense. Tuve el gusto de escuchar en casa tanguistas que iban de variedad a Torreón, al «Restaurant Los Sauces», mi padre se hacía amigo de ellos. Tuve la fortuna de vivir una velada en casa con el gran cantante de tangos Fontán Luna, acompañado en el bandoneón por Celso Amato. Un lujo. Quienes saben de tango sabrán de lo que hablo. Tuve el gusto de conocer también al gran Hugo Jordán, un tanguista de garra y matices maravilloso.
Mi viejo solía decir: «Dicen en Uruguay que el tango se originó en su país, será quizá»… decía aspirando su cigarro, soltaba el humo y decía: «en Uruguay se hizo quizá señorita pero en Buenos Aires se volvió señora». En fin cosas del Río de la Plata.
Ayer noche me topé con Carlitos en una fotografía, quizá como un eco en homenaje a mi padre me tomé una foto con él. Ahora siento, al igual que mi viejo, que el alma del «Zorzal Criollo», suscita sus trinos a mis pasos. Bien, muy bien, Carlitos ahora me acompañará y sentiré que veinte años no es nada, que es febril la mirada.
Raúl Adalid Sainz, en algún lugar de México Tenochtitlan.
Comments