Nada se presta tanto para las nobles tareas como el lenguaje, pero la palabra es una arma de doble filo: lo mismo puede servir para defender que para atacarnos; igual se emplea para el consuelo que para el desahucio; tanto puede ser utilizada para enaltecer como para denigrar. Pero no hay que dejar de pensar en que se trata de hablar y pensar en el bien. Convertir la causa mala en buena.
Se dice que el rostro es el espejo del alma. Habría que agregar que la palabra, lo es del corazón y de la mente. Por eso conviene ser cautos en nuestras opiniones. Así se evitan males y arrepentimientos. El necio habla y luego piensa: el prudente piensa y luego habla; el superficial habla sin pensar en ningún momento.
Quien habla sin medida dice lo que quiere y lo que no quiere; pero tiene más oportunidad para equivocarse y menos para meditar la verdad.
Por eso, cuando vamos a hablar –y para hacerlo bien- hay que pensar si lo que vamos a decir en cinco palabras no puede ser dicho en cuatro, en tres o en dos. Lo ideal sería decirlo en una sola. Todo depende de dar a los vocablos su verdadero valor, conforme a la verdad de la idea que traducen y de acuerdo con sus legítimas acepciones. Las dos palabras más bellas que conozco son “si” y “no”. De las dos, prefiero la primera. / Juan Ibarra Gómez.
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