“Hay tres fechas muy destacadas en mi vida, pero sin la primera, la esencial no habrían tenido lugar las otras dos, éstas relacionadas con mi vida artística, ninguna de las que han jalonado mi existencia, como el día en que me case y en la que vino al mundo mi primogénito.
La fecha de mi nacimiento –es la esencial que digo — fue el 9 de mayo del año 1912. Ya pueden hacer la cuenta de mi edad, ya ven que no la oculto; esas coqueterías se la quedan las mujeres… y para ciertos hombres. El acontecimiento, el de mi venida al mundo, acaeció en México, D.F. Aunque por mi aspecto un poco rural, parezca aldeano, pueblerino, hombre de campo, en fin, ya ven que soy capitalino, de gran ciudad, con mucha gente y muchos ruidos.
Mi niñez fue como la de otros muchos de los que tienen una infancia feliz, desarrollada dentro de una familia normal, sana, de buenos principios. Me educaron bien, fui a la escuela, y no abuse de mi corpulencia, de mi fuerza, comparada con la de la mayoría de mis compañeros de estudio y mis amigos. Aunque brusco y violento, he sabido controlarme, dominarme, hasta cuando estuve a punto de perder mis estribos. Hice muchos y buenos amigos de niño, y de hombre tengo bastantes. ¿Cuál es el secreto? Quizás, el ser humano y comprensible.
No haber perdido nada a nadie y haber dado cuanto he podido. Y, naturalmente, haber sido leal a cuantos me han tratado. ¿Sera generosidad de espíritu?
Otra fecha señalada –ésta ya para mi carrera artística—es la del 17 de febrero de 1935 en el que se inició el rodaje de la película que marca mi debut en el cine, y que se tituló María Elena. Aparte de haber sido la primera cinta en la que trabaje, y que Emilio “Indio” Fernández actuó también en ella, no recuerdo que ofreciera otras particularidades. A Emilio, junto y a la ves de unirme una sincera e inquebrantable amistad, me une el que, después de encontrarme con él en la película de mi debut, en fecha posterior –1941, tercera fecha notable en mi vida, y la segunda de mi carrera artística, que vale la pena mencionar como dato biográfico–, con Emilio forme una mancuerna, él como director y yo como actor, que me atrevo a llamar de éxitos. Empecé trabajando en las películas dirigidas por Emilio Fernández, en 1941, como he dicho, con La isla de la pasión. Más tarde hice otras con él, algunas que son las mejores de mi carrera.
Con lo que podríamos llamar categoría de gran estrella, o de estrella de primera magnitud, filme numerosas películas –pasan de las cien obras cinematográficas las que llevo hechas–, entre las que debo destacar Distinto amanecer, Tierra de pasiones, konga roja, Enamorada, La perla, Maclovia y… ¡no sé cuántas más! Esas películas se exhibieron fuera de nuestro territorio nacional, rebasando algunas el continente americano, y con esas empezó mi internacionalismo como actor de cine. Pero, como a todo artista, me fue necesario salir de mi patria para que, efectivamente, mi nombre adquiriera renombre universal, por lo que hice Lucrecia Borgia con Martine Carol, y en Hollywood, con John Wayne, El conquistador de Mongolia. Estas dos cintas, por estar hechas fuera de México, y por haberme codeado ya, de igual a igual, con artistas de fama internacional, sirvieron para que mi fama se fuera extendiendo también por el mundo. Lo anoto como una verdad conocida, porque en mí no cabe la vanidad, y esto lo saben bien los que me conocen. ¿Acaso, es vanidad llevar el arte de México más allá de sus fronteras?
Entre las últimas películas que he filmado figuran algunas a las que les tengo un cariño muy especial, o porque me halle a gusto en ellas, o por los que tomaron parte también de esas cintas, o por otra causa cualquiera. Esas películas son: El Gesticulador, Dos hijos desobedientes, El hambre nuestra de cada día, Los desarraigados, Remolino y La cárcel de cananea.
Y, ahora, quiero contar algo, referente a una de esas cintas mencionadas. Cuando se hiso el reparto de Los desarraigados y se lanzó la noticia de que yo iba a ser el galán de la bella Ariadna Welter, algunos dijeron que yo no estaba en tipo para el personaje. Se trataba de un galán como de treinta años, y yo tengo un buen de puñado más; pero lo que no sabían los pesimistas opinantes, es que un actor cuando no es viejo—mi edad es madura, pero no estoy en la ancianidad–, no tiene las señales de la vejes en el rostro—arrugas, bolsas debajo de los ojos, etc.–, puede transformarse a una edad que convenga al personaje. ¿Para que serviría, entonces el maquillaje? ¿Y para qué, sobre todo, el temperamento? Claro que un anciano de 70 u 80 años no podrá nunca por más que se maquille, aparentar 30 o 35; lo delataran la torpeza de sus movimientos, aparte de algún rasgo de su rostro que escape al maquillaje y, particularmente, la falta de brillo en su mirada, la falta de viveza en sus movimientos. Yo no estaba en ese caso y, con mi temperamento y el maquillaje adecuado, puede ser el perfecto galán de 30 años de la bellísima Ariadna Welter en su personaje de Los desarraigados. Esto pudieron comprobarlo, durante la filmación, los mismos que dudaron que yo estuviera en tipo para ese papel.
Un caso algo semejante ocurrió cuando tuve que hacer el galán de otra belleza. Elvira Quintana en Dos hijos desobedientes, y, sin embargo, esta cinta ya se ha estrenado y los que la han visto no se han escandalizado, ni mucho menos, de que le haga el amor en ella a la guapísima Elvira Quintana.
Me cuadra bien, porque algo de eso lo tengo yo en mis facciones –la dureza, aunque no soy duro de corazón–, y el temperamento apasionado, que me corresponde por el signo bajo el cual nací. El que hice en Enamorada, el que encarne en Lucrecia Borgia, son personajes, que no entiendo nada de mí, puedo parecerme a ellos fácilmente por mi rostro y mis ademanes. No sé si me explico debidamente, pero los personajes de caracteres fuertes, hasta crueles, si se quiere, son los que me corresponden mejor por mi físico y por la brusquedad y violencia de mis ademanes. Poseo capacidad para todo lance dramático”. (1960).
De: “Confidencias”, Número 771, 7 de junio de 1960, México.
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