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Como millones de mexicanos, desde que nací me tocó vivir siempre bajo la férula del priísmo y sus secuaces. Estoy cercano a cumplir 65 años de edad y a través de mi vida he presenciado con impotencia cómo los integrantes de este partido político se dedicaron al abuso y la rapiña sexenio tras sexenio volviéndose cada vez más cínicos y peligrosos. La vida me ha enseñado a no meter las manos al fuego por nadie y en el caso de nuestro nuevo presidente, el antecedente de su militancia original en el PRI sería argumento suficiente para poner en tela de juicio su discurso hasta en tanto no se vean resultados tangibles en los próximos años. Sin embargo no hay que olvidar aquel adagio que reza «el movimiento se demuestra andando» y López Obrador ha predicado con el ejemplo, al menos desde el sexenio de Vicente Fox y no lo digo por lo que publican los periódicos u otros medios de comunicación. Comparto la siguiente anécdota: poco después de la semana santa del 2012 tuve que hacer un viaje inesperado a la ciudad de Guadalajara por lo que me vi en la necesidad de trasladarme en avión dada la urgencia. A punto de abordar, se formó la fila habitual y yo iba sumido en mis cavilaciones cuando vi que a la persona que estaba delante de mi en la fila se acercaban a saludarle con cierta insistencia y cuando le escuché responder a los saludos y felicitaciones de viva voz, me di cuenta que se trataba de López Obrador quien en el rato que estuvimos en la sala de espera estuvo ahí sentado entre la gente sin hacer ningún tipo de alarde. Le acompañaban un par de personas más, evidentemente parte de su equipo de trabajo (estaba en plena campaña compitiendo contra Peña Nieto), pero por ningún lado había guaruras ni gente de esa que cuida a los políticos que por su trayectoria temen por su seguridad. Mi padre que falleció en el 2010 tenía mucha fe en él y lo manifestaba con plena esperanza sobre todo porque estaba convencido de que a México solamente lo podía rescatar un auténtico patriota, alguien que de verdad ame al país y a su gente. Aproveché la oportunidad y también estreché su mano compartiendo con él las expectativas de mi padre y me permití decirle «Por favor, no defraude a mi viejo» a lo que me contestó: «No le voy a fallar a su padre». Y nos abrazamos. Dada la premura (estábamos subiendo al avión) y con el ánimo de no verme impertinente ya no me atreví a pedirle una foto juntos. La historia ya la conocemos; esas elecciones fueron manipuladas tramposamente para adjudicarle la presidencia a Peña Nieto con los nefastos resultados que ahora enfrentamos como nación. López Obrador no tuvo chance esa vez de demostrarme que cumpliría con las expectativas de mi padre y las de millones de mexicanos. Ahora el panorama es otro y solamente el tiempo demostrará si él realmente trabajará como lo ha ofrecido, independientemente de los resultados que se obtengan porque está claro que no todo está en sus manos y que seis años no alcanzan para enderezar este país. La imagen corresponde a otra ocasión que por casualidad coincidí con él en la Delegación Tlalpan adonde realizó un mítin de proselitismo en el año 2015. Cuando llegué él ya se iba y por la cantidad de gente congregada no fue posible acercarme y solamente le tomé un par de fotos. Mi conclusión personal es que se trata de un hombre congruente con lo que pregona. Me consta que en sus campañas viajaba como cualquier otro ciudadano y que nunca desdeñó la oportunidad de convivir con la gente, de escucharla demostrando el debido interés y respeto, a pesar de que en ocasiones esto debió ser abrumador. Por la memoria de mi padre, finco mis esperanzas en que nuestro nuevo presidente establezca las condiciones para que en el futuro mis nietos vivan en un México mejor, más justo y próspero. Y para eso, todos debemos participar./ David Moreno, músico mexicano.
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